ENCUENTRO CON INMIGRANTES
ENCUENTRO CON INMIGRANTES Basado en la obra de Boleslao Lewin “La inmigración judía en Argentina”
El doctor Willhelm Loewenthal, en su función de Director de Colonización Agraria de la Argentina, viajaba en un tren de la línea férrea que uniría Santa Fe con Tucumán, cuyo tendido de rieles por la pampa santafesina llegaba a la Estación Palacios.
Mientras la locomotora cargaba agua, Loewenthal observó a hombres, mujeres y niños que mendigaban comida ante los cocineros del coche comedor y cada pancito o fruta que les arrojaban, se lo disputaban a empujones.
Loewenthal se acercó a ellos para averiguar por qué estaban tan hambrientos.
Uno de ellos comenzó a narrar en dialecto yargón, que Loewenthal entendía porque lo hablaban campesinos de la región caucásica, donde él había ejercido la medicina.
- A través de J. B. Frank, empleado del consulado argentino en París y agente inmobiliario del terrateniente argentino Rafael Hernández, compramos 120 parcelas de 25 hectáreas cada una, de tierras aptas para el cultivo de trigo y otros granos, con contratos de colonización avalados por el cónsul argentino en París Pedro S. Lamas. Por seguridad, le entregamos al cónsul el dinero requerido como anticipos.
El cónsul nos dijo que se lo enviaría al Ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, para que éste se lo entregue al terrateniente Rafael Hernández (hermano del autor del Martín Fierro) cuando les dé la posesión de las parcelas y las escrituras de las parcelas conforme a lo especificado en los boletos de compra-venta firmados por J. B. Frank y que yo he avalado. Viajamos 35 días en el Weser, un barco de bandera alemana. llegamos al puerto de Buenos Aires el 14 de agosto de este año 1889, pero el Director de Inmigración Carlos Lix Klet no nos dejó desembarcar; pero sí dejó bajar al resto de viajeros de Europa Occidental.
Dos días después autorizó a descender a 104 familias de las 138 que integraban el contingente que decidió venir a la Argentina por invitación del Presidente Julio Roca. El terrateniente Rafael Hernández no apareció. Nadie nos dijo donde alojarnos. Anduvimos por la ciudad bajo una llovizna y mucho viento. Nadie entendía nuestro dialecto. Pasamos hambre y mucho frío. Dos días después un buen hombre se apiadó de la familia que permanecía acurrucada en una obra en construcción. Personalmente los guió hasta el Hotel de Inmigrantes. El jefe de esa familia, después de dejar a los suyos al amparo de ese galpón de chapas, salió en busca de los compañeros de barco. Al día siguiente llegó el abogado Pedro Palacios que nos ofreció ayuda. Estudió los contratos y acompañado por dos inmigrantes se presentó ante el Ministro de Relaciones Exteriores, Estanislao Zeballos. Tres días después ese Ministro dijo que no podían ubicar a Rafael Hernández, el propietario de las tierras que compramos, ubicadas en la provincia de Buenos Aires en un paraje denominado "La Argentina". Dos días después, cuando vencían los cinco días de permanencia en el Hotel de Inmigrantes, el Ministro le dijo al doctor Palacios que el terrateniente Hernández cobró los cheques y desapareció, ofreció como resarcimiento devolver la mitad de lo que habíamos pagado. Ante el riesgo de perder todo aceptamos esa arbitraria propuesta. Tras tediosas tratativas el Ministro nos dió el dinero.
Finalizado ese trámite, el abogado Pedro Palacios nos dijo que él poseía tierras en la provincia de Santa Fe y ofreció a colonizarnos en las mismas condiciones pactadas en los contratos de colonización de Rafael Hernández. El doctor Palacios consiguió una prórroga para nuestra permanencia en el Hotel de inmigrantes. Enviamos dos hombres a inspeccionar las tierras ofrecidas. Los hombres regresaron conformes. Más de la mitad de quienes integrábamos el grupo estafado por el terrateniente Rafael Hernández eran artesanos dispuestos a trabajar y están ansiosos por hacerlo. Dejamos el Hotel de Inmigrantes un viernes porque vencía la prórroga para estar allí. Llegamos a esta estación al atardecer del viernes cuando ya estaba por aparecer la primera estrella, momento en que nuestras normas religiosas prohibe viajar en vehículos de tracción a sangre. Por eso no subimos a los carruajes que vinieron a esperarnos, tampoco el día siguiente porque sería sábado. El domingo y días subsiguientes comenzaron nuestras Fiestas Solemnes, lógicamente en las que no debemos viajar en vehículos tirados por animales. El mayordomo de Palacios, apellidado Horovitz, no entendía nuestro idioma, se fue y ya no volvió. El jefe de estación autorizó a ocupar unos vagones de carga que hay en la otra vía. La falta de alimentos, de higiene y por el hacinamiento murieron treinta niños...
Las locomotora pitó anunciando la partida del tren. Loewethal los saludó con la promesa de ocuparse de su situación. Lo hizo ante el Gobierno santafesino.
Al día siguiente presentó una nota al Ministro de Relaciones Exteriores describiendo la angustiosa situación de esos quinientos inmigrantes.
Entrevistó al abogado Pedro Palacios, propietario de las tierras en las que serían colonizados esos inmigrantes. El abogado terrateniente relató los hechos:
Mientras la locomotora cargaba agua, Loewenthal observó a hombres, mujeres y niños que mendigaban comida ante los cocineros del coche comedor y cada pancito o fruta que les arrojaban, se lo disputaban a empujones.
Loewenthal se acercó a ellos para averiguar por qué estaban tan hambrientos.
Uno de ellos comenzó a narrar en dialecto yargón, que Loewenthal entendía porque lo hablaban campesinos de la región caucásica, donde él había ejercido la medicina.
- A través de J. B. Frank, empleado del consulado argentino en París y agente inmobiliario del terrateniente argentino Rafael Hernández, compramos 120 parcelas de 25 hectáreas cada una, de tierras aptas para el cultivo de trigo y otros granos, con contratos de colonización avalados por el cónsul argentino en París Pedro S. Lamas. Por seguridad, le entregamos al cónsul el dinero requerido como anticipos.
El cónsul nos dijo que se lo enviaría al Ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, para que éste se lo entregue al terrateniente Rafael Hernández (hermano del autor del Martín Fierro) cuando les dé la posesión de las parcelas y las escrituras de las parcelas conforme a lo especificado en los boletos de compra-venta firmados por J. B. Frank y que yo he avalado. Viajamos 35 días en el Weser, un barco de bandera alemana. llegamos al puerto de Buenos Aires el 14 de agosto de este año 1889, pero el Director de Inmigración Carlos Lix Klet no nos dejó desembarcar; pero sí dejó bajar al resto de viajeros de Europa Occidental.
Dos días después autorizó a descender a 104 familias de las 138 que integraban el contingente que decidió venir a la Argentina por invitación del Presidente Julio Roca. El terrateniente Rafael Hernández no apareció. Nadie nos dijo donde alojarnos. Anduvimos por la ciudad bajo una llovizna y mucho viento. Nadie entendía nuestro dialecto. Pasamos hambre y mucho frío. Dos días después un buen hombre se apiadó de la familia que permanecía acurrucada en una obra en construcción. Personalmente los guió hasta el Hotel de Inmigrantes. El jefe de esa familia, después de dejar a los suyos al amparo de ese galpón de chapas, salió en busca de los compañeros de barco. Al día siguiente llegó el abogado Pedro Palacios que nos ofreció ayuda. Estudió los contratos y acompañado por dos inmigrantes se presentó ante el Ministro de Relaciones Exteriores, Estanislao Zeballos. Tres días después ese Ministro dijo que no podían ubicar a Rafael Hernández, el propietario de las tierras que compramos, ubicadas en la provincia de Buenos Aires en un paraje denominado "La Argentina". Dos días después, cuando vencían los cinco días de permanencia en el Hotel de Inmigrantes, el Ministro le dijo al doctor Palacios que el terrateniente Hernández cobró los cheques y desapareció, ofreció como resarcimiento devolver la mitad de lo que habíamos pagado. Ante el riesgo de perder todo aceptamos esa arbitraria propuesta. Tras tediosas tratativas el Ministro nos dió el dinero.
Finalizado ese trámite, el abogado Pedro Palacios nos dijo que él poseía tierras en la provincia de Santa Fe y ofreció a colonizarnos en las mismas condiciones pactadas en los contratos de colonización de Rafael Hernández. El doctor Palacios consiguió una prórroga para nuestra permanencia en el Hotel de inmigrantes. Enviamos dos hombres a inspeccionar las tierras ofrecidas. Los hombres regresaron conformes. Más de la mitad de quienes integrábamos el grupo estafado por el terrateniente Rafael Hernández eran artesanos dispuestos a trabajar y están ansiosos por hacerlo. Dejamos el Hotel de Inmigrantes un viernes porque vencía la prórroga para estar allí. Llegamos a esta estación al atardecer del viernes cuando ya estaba por aparecer la primera estrella, momento en que nuestras normas religiosas prohibe viajar en vehículos de tracción a sangre. Por eso no subimos a los carruajes que vinieron a esperarnos, tampoco el día siguiente porque sería sábado. El domingo y días subsiguientes comenzaron nuestras Fiestas Solemnes, lógicamente en las que no debemos viajar en vehículos tirados por animales. El mayordomo de Palacios, apellidado Horovitz, no entendía nuestro idioma, se fue y ya no volvió. El jefe de estación autorizó a ocupar unos vagones de carga que hay en la otra vía. La falta de alimentos, de higiene y por el hacinamiento murieron treinta niños...
Las locomotora pitó anunciando la partida del tren. Loewethal los saludó con la promesa de ocuparse de su situación. Lo hizo ante el Gobierno santafesino.
Al día siguiente presentó una nota al Ministro de Relaciones Exteriores describiendo la angustiosa situación de esos quinientos inmigrantes.
Entrevistó al abogado Pedro Palacios, propietario de las tierras en las que serían colonizados esos inmigrantes. El abogado terrateniente relató los hechos:
- El plazo de permanencia en el Hotel de Inmigrantes terminó el jueves. El viernes de madrugada partieron en tren hacia la Estación Palacios. Lleva mi apellido por haberle donado al Ferrocarril las tierras para el tendido de rieles y edificar la estación. Los inmigrantes llegaron al atardecer de ese viernes y no quisieron subir a los carruajes, según mi administrador, señalando los caballos hacían señas que no. Mi mayordomo ya tenía lista las carpas para alojarlos. Volvió al día siguiente y se negaron a ir, tampoco el lunes, ni el martes. La barrera idiomática les imposibilitó comunicarse con Horovitz.
Horovitz les entregó catorce vacunos y productos para alimentarse. Mataron a todos los vacunos pero desechaban los cuartos traseros. Horovitz Intentó averiguar por qué hacían eso, pero no entendió lo que dijeron. Los instó con gestos a subir a los carruajes pero ellos decían palabras que él no entendía, con gestos decían "no".
El abogado Pedro Palacios le prometió al doctor Loewenthal que viajaría a con alguien que sirva de intérprete para convencerlos de que las carpas estaban listas y las tierras a su disposición.
Loewenthal esbozó un plan para la subsistencia de esos desdichados fanáticos religiosos. El mismo se basaba en que los artesanos que había entre ellos podrían trabajar en sus oficios hasta que se arregle su asentamiento en las parcelas en las que harían agricultura y, mientras tanto trabajarían para pobladores de la zona y estancieros satisfaciendo sus necesidades básicas; pero para ponerlo en práctica necesitaría herramientas y materiales para cada oficio.
Con la intención de pedir colaboración a la “Alliance Israelité Universelle” de París, entidad benéfica que ayudaba a residentes carenciados en países del este europeo donde ciertas leyes restrictivas impedía a las minorías étinicas el derecho de trabajar para ganarse el sustento. Loewenthal viajó a esa ciudad europea para exponer la situación de esos inmigrantes y solicitar una donación para adquirir las herramientas y materiales para que trabajen en sus oficios.
Al hacer su exposición le hicieron saber que los estatutos de esa entidad no contemplaban la posibilidad de asistir a quienes emigraban.
Horovitz les entregó catorce vacunos y productos para alimentarse. Mataron a todos los vacunos pero desechaban los cuartos traseros. Horovitz Intentó averiguar por qué hacían eso, pero no entendió lo que dijeron. Los instó con gestos a subir a los carruajes pero ellos decían palabras que él no entendía, con gestos decían "no".
El abogado Pedro Palacios le prometió al doctor Loewenthal que viajaría a con alguien que sirva de intérprete para convencerlos de que las carpas estaban listas y las tierras a su disposición.
Loewenthal esbozó un plan para la subsistencia de esos desdichados fanáticos religiosos. El mismo se basaba en que los artesanos que había entre ellos podrían trabajar en sus oficios hasta que se arregle su asentamiento en las parcelas en las que harían agricultura y, mientras tanto trabajarían para pobladores de la zona y estancieros satisfaciendo sus necesidades básicas; pero para ponerlo en práctica necesitaría herramientas y materiales para cada oficio.
Con la intención de pedir colaboración a la “Alliance Israelité Universelle” de París, entidad benéfica que ayudaba a residentes carenciados en países del este europeo donde ciertas leyes restrictivas impedía a las minorías étinicas el derecho de trabajar para ganarse el sustento. Loewenthal viajó a esa ciudad europea para exponer la situación de esos inmigrantes y solicitar una donación para adquirir las herramientas y materiales para que trabajen en sus oficios.
Al hacer su exposición le hicieron saber que los estatutos de esa entidad no contemplaban la posibilidad de asistir a quienes emigraban.
Samuel Simmel, miembro de esa institución, después de escucharlo le comentó:
- Es probable que el barón de Hirsch pueda ayudarlo. Él estaba dispuesto a donar cincuenta millones de francos para fundar en Rusia talleres de aprendizaje de oficios para niños que no eran admitidos en las escuelas públicas por pertenecer a etnias minoritarias. Su propuesta fue aceptada por el gobierno zarista, pero los dos millones iniciales, entregados a cuenta, fueron a los bolsillos de funcionarios corruptos.
- Es probable que el barón de Hirsch pueda ayudarlo. Él estaba dispuesto a donar cincuenta millones de francos para fundar en Rusia talleres de aprendizaje de oficios para niños que no eran admitidos en las escuelas públicas por pertenecer a etnias minoritarias. Su propuesta fue aceptada por el gobierno zarista, pero los dos millones iniciales, entregados a cuenta, fueron a los bolsillos de funcionarios corruptos.
Loewenthal se despidió de Simmel agradeciéndole esa información.
- ¡Con cincuenta millones de francos -se dijo Loewenthal- podría hacerse una formidable colonización agraria en la Argentina!
Esa tarde y toda la noche trabajó en un proyecto de colonización agraria en la República Argentina que podría hacerse con esa cantidad de dinero.
Esa tarde y toda la noche trabajó en un proyecto de colonización agraria en la República Argentina que podría hacerse con esa cantidad de dinero.
En horas de la mañana se reunió con Simmel en la sede de la Alliance para hablarle de su proyecto. Simmel le prometió hablarle al barón de Hirsch de su proyecto, si lo hallaba con ánimo de escucharlo, ya que el barón de Hirsch estaba muy abatido por la reciente muerte de Lucién, su hijo único de 32 años.
El día siguiente Simmel le hizo saber que el barón Mauricio de Hirsch deseaba que le exponga su idea.
Willelm Loewenthal saludó al barón de Hirsch. expresándole sus condolencias por la pérdida de su hijo. El barón le agradeció sus palabras.
Loewenthal le habló de la fertilidad del suelo argentino, del clima agradable, de su labor de Director de Colonización, de los 500 inmigrantes abandonados en una estación ferroviaria perdida en la pampa, y de su frustrada gestión ante la Alliance. Y prosiguió en un tono casi coloquial:
Willelm Loewenthal saludó al barón de Hirsch. expresándole sus condolencias por la pérdida de su hijo. El barón le agradeció sus palabras.
Loewenthal le habló de la fertilidad del suelo argentino, del clima agradable, de su labor de Director de Colonización, de los 500 inmigrantes abandonados en una estación ferroviaria perdida en la pampa, y de su frustrada gestión ante la Alliance. Y prosiguió en un tono casi coloquial:
- Considerando que usted estaba dispuesto a invertir cincuenta millones de francos en Rusia, me permití esbozar un proyecto alternativo de alto sentido humanitario que podría concretarse con esa suma fundando colonias agrícolas en la Argentina, donde se podría radicar a cinco mil familias discriminadas por leyes restrictivas vigentes en países de Europa del Este. Si usted me permite, le dejo esta carpeta en la que detallo los puntos a tener en cuenta para su concreción.
- Estoy dispuesto a apoyar todo proyecto tendiente a recuperar la dignidad de quienes, en Rusia y otros países del este europeo, viven oprimidos por esas leyes discriminatorias. Lo estudiaré detenid amente. Por favor regrese mañana.
El doctor Loewenthal se retiró con la promesa de volver el día siguiente.
- Su proyecto es interesante. Lo considero realizable. -opinó el barón.
El barón Mauricio de Hirsch pronunció una frase que sería su leiv motiv.
- Ha muerto mi hijo, más no mi heredero. Su herencia la destinaré para que mis hermanos que viven oprimidos por leyes restrictivas recuperen la dignidad.
* * * oscarpascaner.blogspot.com
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