viernes, 28 de diciembre de 2012

¿CASUALIDAD?

Mis ascendientes paternos inmigrantes llegaron el 20 de junio de 1894.
La Empresa Colonizadora del barón de Hirsch los destinó a Colonia Espíndola.
Poco después falleció mi tatarabuelo José Levental (padre de mi bisabuela). El primero que falleció en esa colonia y ser sepultado en el cementerio de esa colonia. 
 En una de mis visitas a familiares de mi esposa que viven en Domínguez, mi pueblo natal, saludé al apreciado Salvador Efron, ex agricultor, ya nonagenariono
  - En la ocasión que fui a Colonia Espíndola a visitar a un primo conocí a tres miembros de la familia Pascaner: a tu abuelo y a dos de sus hermanas. 
Mi primo y yo asistimos a una de las reuniones que hacían los domingos a la tarde en el patio de la escuela donde confraternizaban y tomaban té con masas caseras. Tu abuelo era el maestro y coordinador de esos encuentros. ¿Sabías que fue Director de una escuela en la Colonia Lucienville cerca de Basavilbaso? 
 - Sí. Tengo las cartas que le escribió el Comisionado de Educación de Concepción del Uruguay reclamándole que el dinero de las matrículas. Este mal funcionario del Gobierno no puede ignorar que la Ley 1420 determina la gratuidad de la enseñanza. Mi  abuelo fundó su escuela en Mansilla en 1905. Falleció en 1910, a sus 34 años. 
 - Si, me enteré. Qué pena, era muy inteligente. Si querés visitar la zona en la que estuvo emplazada la Colonia Espíndola, te acompaño.
 - Sé donde está, a pocos kilómetros de la chacra de mi abuelo materno. Mi padre nunca quiso volver allí; era entendible porque estuvo allí a sus nueve años cuando falleció su padre. 
Conforme a lo acordado con ese buen hombre, el domingo, acompañado por mi esposa y mi suegro, pasé a buscarlo.
Don Salvador Efron me anunció que doblara a la derecha en la calle que nos llevaría al sitio en el que estuvo el núcleo de viviendas de la Colonia Espíndola.  
  - Ahora tomá esa calle ancha. A uno y otro lado de esta calle estaban las viviendas de los colonos -acotó don Salvador. 
Estos árboles, que sobrevivieron al tiempo, indican el sitio donde estuvo cada casa. Originalmente no eran más que ranchos de barro con techos de paja. Los colonos las reemplazaron por construcciones de ladrillos y techos de chapas de cinc. 
Donde termina esta calle estaba el potrero común, llegaba hasta el arroyo Bergara. Aquí dejaban las vacas y sus crías después de ordeñarlas, también los animales de labranza cuando terminaban la jornada de trabajo. 
Las parcelas de labranza estaban en los alrededores. Estimo que esta Colonía tenía una superficie aproximada a las cinco mil hectáreas. 
La casa de tus familiares estaba por aquí-don Salvador hizo un ademán impreciso. 
Detuve al auto junto a dos hombres que reparaban un molino para preguntarles por el cementerio. 
 - Quedó dentro del campo de Síseles. A unos quinientos metros de la escuela, a su derecha, verá una tranquera. Vuelva a cerrarla cuando entre para que no se escapen los animales que pastorean en ese campo. No hay huella, guíese por las moreras que tiene el cementerio.
El suelo del campo de pastoreo estaba muy poceado porque cuando llueve los animales entierran sus pisadas en la tierra mojada, que, al secarse el terreno se hace intransitable para los automóviles. El tupido y alto malezal obstruía la visión. 
Tuve que pararme en uno de los paragolpes para divisar las moreras. 
El andar del coche parecía una coctelera.  
El cementerio cercado con alambre tejido ocupaba la superficie de una manzana. Vacas y caballos pastaban a su alrededor. 
El portoncito de entrada no tenía candado. Ingresamos don Salvador y yo. 
Katy y su padre se quedaron en el auto. 
Me dirigí al área donde estaban las lápidas de las mujeres porque sabía que en ese cementerio sepultaron a mi bisabuela paterna. No hallé indicios que identificara su lápida porque muchas estaban derruídas. Don Salvador lo adjudicó a que los lugareños se paraban en ellas para arrancar los frutos de las moreras. 
El cementerio estaba polijo el pasto cortado a guadaña y los senderos de cemento alisado bien conservados.; el espacio libre, cubierto de pasto cortado a guadaña. Don Salvador comentó que una institución de Villaguay se encargaba de ello.       
En un rápida recorrida a las lápidas pude apreciar que las últimas eran de 1938;  mantenían legibles los nombres, fechas de  fallecimiento y sus fotos en chapas esmaltadas se conservaban bien.    
No sé qué me llevó a caminar por una zona cubierta de pasto cortado a guadaña. 
Pisé algo rígido. Me arrodillé para arrancar el pasto enmarañado que cubría lo que parecía ser una placa de mármol. 
La tarea se me hizo nada fácil por no emplear herramientas. Finalmente logré liberar una placa de mármol de 50 por 50 centímetros cubierta de raicillas, tierra y moho.
El lunes día la llevé al Museo de la Colonización de Domínguez. 
Osvaldo Quiroga, en ese entonces secretario del Museo, puso la placa bajo una canilla y la fregó con cepillo hasta que se pudo leer la inscripción en bajo relieve: LÍA L. de PASCANER  Falleció en 1912.   
  -¡¡¡Mi bisabuela!!! -exclamé  invadido por un torbellino de emociones encontradas que iban del asombro a la veneración.
  - ¡Qué casualidad! -exclamó Osvaldo Quiroga. 
 - ¿Fue sólo la casualidad la que me apartó de los senderos y me llevó a regresar por un sitio cubierto de pasto? ¿Quién y para qué alguien la llevó hasta allí? 
  - ¿¡¡¡ ... ¡¡¡?
Allí, en el Museo de la Colonización de Domínguez quedó la placa de mármol de la lápida de mi bisabuela como testimonio de las muchas mujeres que participaron, junto a los hombres, de la esforzada gesta colonizadora de la tierra entrerriana.
Ella, como otras esposas e hijas, soportaron estoicamente la dura lucha por la inexperiencia en las tareas rurales, adversidades climáticas y la ruda tarea que requiere esa noble actividad de labrar la tierra. 
            
       José Pedroni, el poeta de los pioneros agricultores, las evoca así: 
                            
                           Ningún nombre de madre en el monumento.                          
                           No están la mujeres que son la fe y el nacimiento.
                           No están ellas, las de los largos quehaceres
                             No, no están ellas, suma de dolores,
                           ellas que siguen a los hombres donde los hombres van
                           ellas, las que aman las flores, ... ellas no están.

        Leopoldo Lugones también resaltó el esfuerzo de las mujeres de los colonos:

                            Ella también labró la dura tierra
                            cuando recién venidos era toda
                            la familia un ganado de labranza,
                            cuando aún no existía pueblo ni colonia.
                            Vestida de varón por más soltura,
                            penaba en el rastrojo largas horas
                            envidiando en su infancia endurecida,
                            el blanco torbellino de gaviotas
                            que sobre el surco se arremolinaban
                            como si estuviesen jabonando la ropa.
                          
                                                                  * * *                           oscarpascaner.blogspot.com

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