martes, 17 de septiembre de 2013

LOS PAMPISTAS

LOS PAMPISTAS    

Lucía Gálvez, Licenciada en Historia, egresada en 1990 con Diploma de Honor de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, relata interesantes historias de inmigrantes; entre ellas la de "Los Pampistas" según apuntes de Enrique Dickman, a los que tuvo acceso. Esos fueron los primeros inmigrantes llegados por el plan de Colonización Agraria del barón Mauricio de Hirsch. 
Los nobles gauchos entrerrianos les ayudaron a quitar de raíz los añosos árboles de profundos y extensos raigones, típicos de la selva del Montiel, dispersos por las tierras a colonizar, para dejar las parcelas en condiciones para ser labradas.  
La desinteresada muestra de solidaridad de los gauchos entrerrianos y otras de sus virtudes influyeron en la pronta argentinización de esos inmigrantes que prontamente los contrataron como mensuales por sus habilidades en las tareas rurales. Fue emblemática la amistosa convivencia de los gringos con los gauchos entrerrianos. Los inmigrantes valoraron su fidelidad, y emularon lo positivo sus hábitos y costumbres.  
"Los Gauchos Judíos", la obra de Alberto Gerchunof es testimonio de la vida en las colonias judías de Entre Ríos.  


"En diciembre llegó al puerto de Buenos Aires el vapor Pampa. 
Traía a bordo, además de los habituales italianos y españoles, ochocientos diecisiete inmigrantes judíos que habían embarcado en Constantinopla. Su intención había sido viajar a Palestina, pero no pudieron desembarcar en Jaffa porque los turcos clausuraron el puerto. Entre los viajeros se encontraba un muchacho que cuando llegó a la Argentina tenía quince años. Había tenido que huir de su hogar a los trece años por las persecuciones de la policía zarista. 
Se llamaba Enrique Dickman y dejó escrito interesantes detalles de su aventura. 
Ganándose la vida como cadete de tienda o almacén, o mensajero de hoteles, fue cruzando Rusia de norte a sur a pie o como pasajero clandestino, en tren o en vapor.
Al llegar a Odessa, sobre el Mar Negro, debía decidir si emigraba a América del Norte donde vivía un hermano de su padre, o a Palestina.
- Un fuerte espíritu nacionalista judío se apoderó de mí -escribió Enrique Dickman- debido a la tremenda persecución política, racial y religiosa desencadenada en aquellos años por las peores fuerzas reaccionarias del zarismo.
Sin pasaporte ni documento alguno, cruzó el Mar Negro, los estrechos del Bósforo, los Dardanelos y el Mar Mediterráneo eludiendo los controles policiales haciéndose pasar por hijo de una familia de emigrantes. Pero él, ni los otros pasajeros, pudieron cumplir sus sueños de trabajar la tierra de Palestina porque los trasladaron a otro barco y los dejaron en Alejandría.
 - Me encontré de pronto en tierra de Egipto a la edad de catorce años, solo; miles de kilómetros de distancia me separaban de mi hogar. ¿Qué hacer? ¿Adónde ir? ¿Qué orientación tomar?
Después de unos días consiguió embarcarse como ayudante de un fogonero en un buque de carga que lo llevó a Constantinopla. Allí tuvo conocimiento de la obra del barón de Hirsch. La J.C.A. había abierto un registro donde se inscribieron cinco mil refugiados sin destino fijo.
Un día -recuerda Dickman- corrió el rumor de que el barón Hirsch había resuelto enviar a la Argentina a setecientas cincuenta personas elegidas entre los cinco mil inscriptos, para formar colonias. Los cinco mil se reunieron frente a la oficina esperando ansiosos los nombres de los elegidos. Al ser llamados entraban por turno. Les entregaban la ficha, el pasaje y algún dinero para los gastos de viaje.  
Al caer la noche proclamaron mi nombre. El que presidía la mesa, un señor de imponente barba, me observó durante un rato y luego habló a sus colegas en alemán, que yo entendí. - Pero -dijo- éste es un muchacho, casi un niño, y no puede ser colono. Necesitamos padres de familia. No tiene sentido enviarlo a la Argentina. Su colega de la derecha observó en cambio: ¡Vaya uno a saber el destino que espera en América a estos muchachos! En aquel instante se resolvió mi porvenir.
Junto con Dickman fueron admitidas unas doscientas familias integradas por más de ochocientas personas. Algunos religiosos fueron descartados porque se negaban terminantemente a dejarse cortar el pelo, la barba y los largos gabanes. 
En el momento de partir, la comunidad judía de Constantinopla les regaló el Sofer Torá, el Libro Sagrado, perteneciente a la sinagoga de los residentes austríacos.
La despedida fue muy emocionantes; toda la colectividad acudió al puerto.
Muchos recordarían las palabras que les dirigió el director de la Alliance:
"Tened en cuenta que vais a la vanguardia como pioneros de todos vuestros hermanos oprimidos en pueblos extraños y que muchos de esos hermanos los han de seguir a esa tierra de libertad. Vuestra misión es grande y santa: velar por vuestro porvenir y el de vuestros hermanos. Sed felices en vuestra nueva patria y en la noble profesión de agricultores que tendréis en adelante". 
El viaje por el Mediterráneo mostró a los sufridos viajeros la solidaridad y el cariño de los sefaradíes, que en todos los puertos los esperaban para saludarlos y darles aceitunas, pan, queso, pasas y ropa, pues estaban al tanto de su pobreza. 
Al llegar a Marsella bajaron del barco para dirigirse en tren hacia Burdeos. 
Espontáneamente formaron una larga caravana hacia la estación de trenes; extraña procesión formada por hombres, mujeres y niños cargados con toda clase de bolsos y paquetes. El pueblo marsellés se volcó en los balcones y calles mirando pasar, curioso y conmovido, ese desfile de perseguidos y humillados por el despotismo zarista, que iban en busca de una nueva patria y un nuevo hogar en la Argentina. 
Anclado en el Atlántico los esperaba el barco  rebautizado "Pampa".
El viaje tuvo momentos difíciles por las tempestades que parecían querer destruir el barco, pero a medida que avanzaban hacia el ecuador renacía la calma.
En el Pampa viajaban también otros inmigrantes de origen español e italiano. 
Según Dickman, la convivencia fue buena, apenas alterada por alguna rencilla. 
Como él, la mayoría gozaría el imponente espectáculo del océano inmenso y del cambiante color de las aguas.
"Vi ballenas cerca del barco, vi tiburones que nadaban a la par del Pampa y lo acompañaban durante días, vi peces voladores, y vi albatros y gaviotas cerca de las costas americanas. Me abismé en la contemplación del vasto horizonte marino y de estupendas auroras marinas y ocasos de sol, por primera vez en mi vida juvenil gocé de amplia e ilimitada libertad espiritual. Abandoné la vieja Europa, considerándola como un pasado; y vislumbré en lontananza el Nuevo Mundo como el continente del porvenir. Soñé despierto en la nueva tierra de promisión, en la Argentina, donde me llevaba el Destino".
El 22 de diciembre de 1891, en un agradable día de verano, el Pampa hizo su entrada al estuario de aguas amarronadas del Río de la Plata. Con la ansiedad pintada en el rostro, los inmigrantes de distintas nacionalidades, fijas las miradas en la ciudad y el puerto, se sentían unidos en una misma esperanza.
"A las pocas horas pisé la hospitalaria y bendita tierra argentina, donde, como el caballero Lohengrin, nadie me preguntó de dónde venía ni quien era, Basraba la condición humana para ser acogido con cordial y generosa Hospitalidad. Yo, que tenía quince años, sentí en aquel momento la íntima y profunda intución de la Patria Nueva a la que me incorporaba voluntaria y libremente.
Y en mis oídos sonaba la gran voz de la pampa infinita  ¡¡¡Bienvenido seas!!!
Los días siguientes transcurrieron en el viejo Hotel de Inmigrantes de curiosa forma redonda, trayendo algunas dificultades imprevistas. Aún no se habían escriturado las tierras para instalar las colonias. Tendrían que quedarse un tiempo más en Buenos Aires. Los rufianes de la Zoe Migdal -llamados los impuros- en busca de mujeres y socios, aprovecharon la situación. Los invitaban a conocer la ciudad y trataban de convencerlos para que se queden allí, diciéndoles que iban a ser vendidos como esclavos; absurda calumnia que, sin embargo, repercutía en gente habituada por siglos a la inseguridad y al dolor. Pero ahí estaba Loewenthal gestionando alojar a los recién llegados en un ignoto pueblito llamado Mar del Sur, a diez leguas de Mar del Plata. Allí se acababa de inaugurar un gran hotel, construido en los años de la grandeza, que precedieron a la crisis del noventa, y aún no había sido estrenado. 
El barón de Hirsch estuvo de acuerdo en que a los futuros agricultores les vendría muy bien pasar allí el verano después de tantas incertidumbres" 

Para un muchacho interesado en todo, como Dickman, el viaje en carretas desde Mar del Plata en compañía de auténticos gauchos, fue una experiencia inolvidable.
"Nos condujeron en tranvía a la Estación Constitución, de allí en tren a Mar del Plata, y en carretas -enormes carretas de antaño- al Boulevard Atlantique. Antes de llegar al hotel pernoctamos en el campo, en las inmediaciones de Miramar".

Al recordar Dickman a los que venían de los alrededores para ver a los extraños forasteros que veraneaban junto al mar, los describe como magníficos ejemplares humanos, altos, esbeltos, bronceados, recios, algunos con linda barba.
A los viajeros mayores les parecieron buena gente y hallaron en sus barbas negras algo familiar, en cambio, no podían comprender por qué gritaban y demostraban tanta alegría.
                                                                        *

El diario Clarín publicó un artículo titulado: Denuncian que están desmantelando un emblemático hotel. Los vecinos aseguran que le sacan piezas de valos para venderlas.

Gisele Sousa Días gsousa@clarín.com se extiende en una reseña histórica de ese Hotel: 
"El Hotel Boulevard Atlántico se construyó en 1890 pero nunca llegó a terminarse. Su dueño se suicidó acorralado por la crisis económica de 1891. El barón de Hirsch llevó allí a los primeros judíos "pampsitas": 818 exiliados judíos que llegaron al Puerto de Buenos Aires en el barco Pampa escapando a las persecuciones de las etnias minoritarias. La demora en la escrituración de las tierras retrasaron la infraestructura y construcción de viviendas en las colonias de Entre Ríos, situación ésta por la que fueron llevados en tren hasta Mar del Plata y de allí, en carretas hasta ese Hotel, en lo hoy es Mar del Sur.

                                                                               *     

José Lieberman, hijo de pampistas, cuenta sus recuerdos en su obra "Tierra Soñada".

"Cuando aquella impresionante caravana de sesenta carretas, guiada cada una por dos conductores, y acompañada por una tropa de jinetes montados en caballos de los más variados pelajes, se detuvo frente al rojo edificio de Boulevard Atlantique en la solitaria localidad costera de Mar del Sur. Los inmigrantes levantaron sus miradas al cielo, agradecieron a Dios por su misericordia para con ellos y sus hijos, de su ojos fluían lágrimas de alegría (...) Todo era nuevo para ellos, desde aquellas carretas que en extraordinaria cantidad los habían conducido desde Mar del Plata hasta Mar del Sur en dos días de viaje, los conductores de las carretas, los bueyes, las tierras atravesadas y las impresionantes rocas del mar. Nunca habían visto campos tan densamente cubiertos de pastizales y en extensiones tan grandes que parecían interminables en la lejanía. Ese fue el primer contacto con la pampa argentina.
También era el primer encuentro de los inmigrantes con los nativos, los famosos gauchos que tanto los intrigaban y que tanta importancia tendrían en su nueva vida.

En esa tarde fresca y llena de colores, -dice J Lieberman en su obra "Tierra Soñada- frente al rojo y elegante edificio del Boulevard Atlántico como una fortaleza protectora, con la sensación agradables de encontrarse en una tierra donde todos eran iguales, los futuros colonos sintieron florecer en su corazones una suave tranquilidad y una paz interior que nunca habían conocido.
Durante esos tres meses surgió la alegría retenida por tanto tiempo. Se iniciaron muchos romances y las fiestas de casamientos duraron días enteros.
En el mejor salón del hotel se instaló una sinagoga donde se realizaban las oraciones diarias y la lectura de los libros sagrados. Algunos muchachos jóvenes como Dickman prefirieron la independencia de dormir en una carpa.
Comíamos en el hotel donde nos servían una comida abundante y sana -recuerda- Nos bañábamos en el océano. Nos agenciamos una red para pescar, y al poco tiempo abastecíamos pescado al hotel: corvinas, pescadillas, palometas, etc.
Nos dedicábamos a cazar en las barrancas de la playa loros y papagayos.
Hay quienes creen que estos pájaros fueron la causa de la muerte de más de cincuenta niñitos pequeños por ellos. (¿psitacosis?) 
Con profunda pena los humildes hicieron un humilde cementerio y despidieron sus restos con plañideros cantos tradicionales que sobrecogieron a los pocos habitantes de Mar del Sur". 
Mientras tanto el intrépido Dickman aprovechaba para ganarse unos pesos en las estancias y chacras vecinas. - "Trabajé con mi compañero una quincena en la cosecha de papas en una chacra cercana a Miramar. Gané veinte pesos. Fuimos al pueblo. Comimos en una fonda, bebimos vino carlón y de postre nos sirvieron queso con dulce. En una tienda me compré un par de alpargatas, una bombacha, un pañuelo y un chambergo. Y de gringo me transformé en criollo. 
El singular veraneo terminó a fines de marzo. Volvieron los gauchos con sus alegres gritos y se inició el viaje de vuelta. En Mar del Sur hay gente que recuerda los relatos de sus abuelos sobre esos extranjeros que se la pasaban rezando con un poncho blanco sobre los hombros y lloraban a menudo sobre las tumbas de los niños... y que fueron los primeros turistas alojados en el Boulevard Atlántico.
En Buenos Aires se embarcaron hacia Concepción del Uruguay y llegaron a la meta final de su viaje. Por tres meses estuvieron instalados en una larga fila de vagones. Era bastante incómodo pero nunca les faltó alimento. Fue allí donde los gringos pudieron relacionarse con gente del lugar y aprendieron a tomar mate.
Pasó un tiempo hasta que los colonos pudieron disfrutar de sus parcelas y sus modestas viviendas.
 Muy pronto -relata José Lieberman- los nuevos argentinos aprendieron de los gauchos a sentarse sobre calaveras de vacunos, cajones de madera, pilas de bolsas o de leña (...) Los días domingos eran de fiesta en el campamento, la gente del pueblo iba a visitar a los rusos, llevándoles pequeños regalos, especialmente frutas y masas para los niños. Más tarde se inició un trueque de productos. Hubo danzas y canciones.
Esa vida que duró otros tres meses, terminó con la dura realidad de su instalación en la colonia Clara y San Antonio. 
No fue tan sencillo abrir surcos en la tierra virgen -prosigue Lieberman- ni amansar los novillos chúcaros, ni limpiar los campos y arrancar los raigones del suelo, ni sembrar sin maquinarias adecuadas, ni ordeñar las vacas cimarronas, ni aprender el manejo de las segadoras, ni acarrear las bolsas llenas de granos, ni luchar contra una invasión de orugas, ni soportar el desastre de una manga de langostas.
Poco a poco fueron aprendiendo de los gauchos las tareas rurales y lograron sembrar las primeras hectáreas de maíz. En 1894 la JCA tomó una decisión fundamental para los recién llegados: crearon escuelas en las colonias. Esos pequeños centros de civilización, donde los hijos de los colonos aprendían junto a los criollos, fue el logro más eficaz para la integración de los niños con el medio y con su gente.
El caso de Enrique Dickman es paradigmático. Como muchos otros jóvenes solteros, Dickman hizo venir de Rusia a sus padres y hermanos. No era religioso y quería que su familia se adaptara a la vida rural argentina. Para lograrlo se impuso como deber luchar contra el clásico reposo bíblico de los sábados que se había convertido en un fanatismo antisocial. Lo hizo de una manera un tanto abrupta.
Su familia llegó en abril de 1894. El sábado siguiente a su llegada, Enrique se levantó temprano, prendió el fuego en la cocina y puso a calentar agua para el mate. Después ensilló el caballo y ordenó a sus hermanos los trabajos que debían hacer ese día en la chacra.
Papá -cuenta Dikman- se puso a rezar, mamá a llorar, pero mis hermanos obedecieron mis órdenes porque estaban de acuerdo conmigo. Mi proceder violento fue eficaz y produjo el resultado que yo buscaba: acabar con el fanatismo ancestral, producto de persecuciones religiosas y servidumbres raciales de los países del viejo mundo y empezar una vida nueva y libre en el nuevo mundo, en la libre Argentina.
Poco después Enrique Dickman viajó a Buenos Aires para cursar el bachillerato como alumno libre, y en los veranos volver a trabajar en el campo. En 1898 ingresó a la Facultad de Medicina donde se graduó. Conoció a Juan B. Justo en 1895 y participó activamente en el movimiento socialista. En 1914 fue elegido diputado nacional, ocupando su banca durante 24 años. Su labor parlamentaria fue brillante, representó a su partido en asambleas internacionales, escribió varios libros y fue director del diario La Vanguardia. Murió en Buenos Aires en 1955, después de una vida fecunda"
                                                                       * * *                       

El contingente de inmigrantes del "Pampa", llegados al puerto de Buenos Aires el 14 de diciembre de 1891, fue el primer grupo de europeos orientales traído por la Jewish Colonization Association (J.C.A). 
A raíz de las demoras provocadas por falta de voluntad de funcionarios oficiales para agilizar la escrituración de tierras adquiridas en las que se edificarían viviendas para los colonos, demarcar las parcelas de labranza y demás trabajos de infraestructura, hicieron que la Delegación de la J.C. A. de Buenos Aires, decida trasladar a ese contingente de emigrantes al Hotel Boulevard Atlántico de Mar del Sur, recientemente edificado en la costa atlántica, a veinte kilómetros de Miramar. 
Tres meses después, un barco de la Compañia Mihanovich, los trasladó hacia la ciudad entrerriana de Concepción del Uruguay. Después de algunas demoras porque el Ferrocarril Entre Ríos no había concluído el tendido de rieles, llegaron en tren a la Estación Gobernador Domínguez. Allí pernoctaron en un gran galpón de chapas de cinc propiedad de un señor apellidado Patlis. (Subsiste actualmente; se encuentra en una esquina de la Avenida San Martín. Años después lo adquirió  la Cooperativa Fondo Comunal). 
Desde allí partieron los inmigrantes en carretas de grandes ruedas, hacia las diversas colonias, en las que se asentarían para dedicarse a la agricultura. 
Todas ellas se hallaban relativamente cercanas a la Estación Gobernador Domínguez.

Ésta y otras colectividades enriquecieron el acervo cultural de los pobladores de Entre Ríos al traer consigo sus hábitos, costumbres y tradiciones.
Ese eclecticismo posibilitó que la idiosincrasia de los entrerrianos sea tan peculiar.
  
                                                                  * * *                                  oscarpascaner.blogspot.com

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio