sábado, 14 de julio de 2012

JUNCO

                            
  JUNCO       
                                                                                             Relato de Susana Goldemberg 
                                                                                           de su obra "Cuentos de la bobe"
    
  - “No recuerdo su nombre y apellido. Trato de hacer memoria. Cuando en la escuela el maestro pasaba lista debía haberlo nombrado. Pero no, no puedo acordarme cómo se llamaba. Tan sólo me quedó grabado su sobrenombre: “Junco”. Y al nombrarlo lo estoy describiendo: delgado, alto, tostado, esbelto, ágil, sencillo, silvestre. Quien le puso el mote hizo su retrato. Ese apodo le quedó para siempre. Tampoco sé por qué se quedó sin padres. Desde siempre lo conocí huérfano. Pero Junco era un huérfano poco común. Cada casa era como su casa. Cada familia era como si fuera su familia. Cada padre, cada madre, cada muchacho, eran como sus padres y hermanos. Claro que una cosa es tener un hogar y otra, apenas parecida es: “como si lo tuviera”.
En Junco no se notaban resentimientos ni amarguras. Criado en la colonia, como hijo de todos, hermano nuestro, ayudaba junto a los demás muchachos en las tareas rurales, concurría puntualmente a la escuela, era juguetón y simpático. 
Se encargaban nuestras madres de su aseo, de vestirlo con pulcritud y que luciera elegante en las fiestas.
No sé el nombre de Junco, ni por qué ni cómo, se convirtió este criollito en el hermano adoptivo de todos los chicos judíos. Sí recuerdo, perfectamente, un hecho que protagonizó. Cuando a nuestro maestro le llegó el traslado que hacía tiempo venía tramitando, para poder ejercer en una escuela cercana al lugar donde residía su familia, quedamos todos a la expectativa ansiando conocer su reemplazante. Llegó pocos días después. Era muy joven. Recién se había recibido. Enseguida lo notamos nervioso. Esa nerviosidad suya nos contagió. Éramos muchos alumnos en un solo salón de clase. El maestro debía enseñar los cuatro grados, de primero a cuarto, de la escuela primaria.
Los más chicos lloraban porque extrañaban al viejo maestro. 
Los mayores aprovechábamos la confusión del momento para cocinar nuestras travesuras.
Además teníamos problemas con el lenguaje. No podíamos aprender a hablar correctamente el idioma ya que en nuestra casa, nuestros padres apenas lo estaban aprendiendo con grandes dificultades. Los gauchos que nos rodeaban, no hablaban, precisamente, un castellano perfecto.
El maestro se desorientaba. Su falta de experiencia lo convertía poco a poco en una persona irritable. Su irritación se traducía en los coscorrones y punterazos que prodigaba. El alumno distraído, el que se dejaba sorprender en falta, el que no podía contener la risa inesperada, cobraba su cuota de castigo. Comenzamos a quejarnos. Los padres nos escuchaban con atención, meditaban un momento y luego nos pedían paciencia y obediencia para con el maestro.
 - El maestro castiga a los que se portan mal. Ha de ser bueno con ustedes si le obedecen y guardan buena conducta en clase. A la escuela se va a estudiar, no a hacer diabluras. Colaboren con el maestro; si los castiga buenas razones tendrá. 
Y con estos argumentos, nos dejaban sin esperanzas de cambio.
Pero un día, el maestro castigó a Junco.
Junco quiso arrojar una bolita de papel por la ventana abierta. La bolita pegó en el marco y rebotó, con tan mala suerte, que fue a caer a los pies del maestro. Éste se plantó con dos grandes zancadas frente al chico y le dio un fuerte coscorrón en la cabeza con los nudillos de sus puños cerrados. Junco mojó con sus lágrimas el trabajo de geometría. Fue la única vez que lo vimos llorar. Era su primera paliza.
Cuando regresamos a casa, contamos a nuestros padres:
  - Hoy, el maestro nuevo, le pegó a Junco y lo hizo llorar.
Esperábamos las habituales frases: - Pórtense bien, si el maestro les pega sus razones tendrá… etcétera, etcétera, etcétera.
Pero esta vez, no nos dijeron nada.
Esa noche, los padres de los chicos de la colonia se reunieron a conversar. 
Pero como esas reuniones se hacían frecuentemente para resolver problemas comunes, no nos llamó la atención.
A la mañana siguiente, mientras estábamos en clase, un colono se presentó. Sacándose ceremoniosamente el sombrero ante el maestro le dijo así:   
 - Señor maestro: Desde que usted se hizo cargo de la escuela, diariamente hemos tenido los padres, quejas de nuestros hijos por los malos tratos. Es usted joven, comprendemos que tiene mucho trabajo y responsabilidad; considera que los niños, a veces, necesitan del rigor para crecer derechos. Porque se trataba de nuestros hijos siempre le hemos dado a usted la razón y los hemos aconsejado que sean obedientes. Pero esta vez usted ha castigado a Junco y Junco no tiene padres que lo defiendan. Por eso nos hemos reunido anoche los vecinos y hemos resuelto decirle a usted que debe saber que queremos a nuestros hijos más que a nuestras propias vidas. Que por la educación de ellos vamos siempre a colaborar con usted. 
A defender al maestro y la escuela. No le pedimos tolerancia con nuestros hijos. Pero sepa, señor maestro, que no vamos a permitir que se maltrate a un huérfano. 
No hablamos bien el castellano ni sabemos cómo se debe dirigir una queja contra usted a sus superiores.
Queremos que usted sepa, señor maestro, que si llega a pegarle nuevamente a Junco, esa injusticia la arreglaremos entre nosotros. Si es usted tan valiente como para pegar a un niño, cada uno de nosotros se siente igualmente valiente para defenderlo. Ya ha demostrado usted ser fuerte como para pegar a los niños, demuéstrenos ahora que es más fuerte aún, amándolos y perdonándolos.
Dichas estas palabras, se retiró.
A partir de ese día, cambiaron algunas cosas en la colonia:  
El maestro quedó impresionado, desconcertado; no se sintió herido por las palabras del vecino porque fueron pronunciadas con mucho sentimiento, respeto y emoción. Comenzó a sentir curiosidad por nuestra forma de vida. Visitó los hogares. 
Al visitarlos, conoció las familias. Al conocerlas, las comprendió mejor.  
La comprensión y el cariño las expresaba en el aula.    
Nosotros también cambiamos. Dejamos de decirle “el maestro nuevo” y respondimos a su dedicación con hondo afecto.
Junco dejó de sentir como que tenía, “casi” una familia en cada casa de la colonia: “la tenía realmente”.
 La colonia se puso más linda y más alegre”.
                    
                                                                    * * *                          oscarpascaner.blogspot.com

Susana Goldemberg, es nieta de inmigrantes oriundos de un país del este europeo. Nació en una de las colonias entrerrianas de la Jewish Colonization Associatión cercana a Villa Domínguez.
Su obra: “Cuentos de la Bobe” surgió de narraciones hechas por abuelitas y abuelitos inmigrantes.
Ella misma lo prologa con su proverbial humildad, diciendo: - “El presente libro es netamente histórico. No me he apartado un ápice de la verdad. La totalidad de su contenido es auténtico, real; ha ocurrido tal cual como se narra. Por respeto a los niños. Por respeto a los protagonistas. Y porque son tan bellas y profundas sus experiencias, no cabe ninguna modificación que las altere, ni a favor de la poesía, ni en pro de la fantasía”.
Susana Goldemberg es una destacada docente, creadora de un programa para alfabetización de adultos adoptado por el Gobierno de Entre Ríos, que se aplica con éxito.

                                                                                        * * *                               oscarpascaner.blogspot.com

     

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