miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA HUERTA PERDIDA

LA HUERTA PERDIDA                                                            Un relato de Alberto Gerchunoff                                                                                                                   de su obra "Los Guachos Judíos"

                                                                                             

Era un día caluroso y límpido. A ambos lados de la aldea, en las eras inmensas, los verdes sembradíos se ondulaban levemente por un viento suave.

En el vasto potrero, al final de las dos hileras de viviendas, los muchachos apartaban el ganado para conducirlo a pastorear...
Convinimos en ir a la Estación Domínguez esa tarde. 
   - ¿Me traerás las cartas?
   - A mí traeme el arroz que compré el domingo.
Regresábamos en grupo. El cielo, bien azul, parecía más bajo. Detrás de las casas blancas y limpias unas, y otras con paredes de barro y techos de paja, florecían las huertas al sol. 
Pocos árboles grandes había en la colonia, sólo frente a nuestra casa, un paraíso agrandaba su copa con una mancha de sobra sobre el camino.
Al llegar, advertimos, lejos, muy lejos, en el horizonte encendido, una nube gris.
  - Parece que lloverá.
  - Parece -dijo el peoncito.
Cerca del mediodía la nube aumentó de tamaño; se extendía, se ensanchaba.
  - Pregúntenle a don Gabino -aconsejó el alcalde.
Pero don Gabino, el boyero de la colonia, se hallaba con el ganado en un campo distante. El viejo criollo, según contaba, fue soldado de Crispín Velázquez, era como el astrónomo del lugar y sus predicciones no fallaban.

La hora del almuerzo hizo dispersar a los vecinos. Cada uno se retiró algo inquieto.
Y la nube seguía creciendo en el azul tranquilo del horizonte; se dilataba y parecía descender. Acostumbrados al mal tiempo, aquella nube sin vientos y sin truenos, preocupaba a la gente. Apoyados en el alambrado, los chacareros observaban el fenómeno sin poder explicarlo. Ya nadie pensaba en ir a la estación. 

Todos mirábamos aquella nube enorme que invadía el cielo. Se acercaba con lentitud y una hora más tarde cayó sobre nosotros el vuelo pesado de la langosta.
  - ¡La plaga! -gritó el matarife.
  - ¡Las huertas,las huertas! - se acordaron todos; y comenzó la defensa.
El sol quedó oscurecido por la invasión espantosa, y el paraíso, los postes de los corrales y del potrero se cubrió de langostas, cuyo olor llenó la anchurosa campiña. Y las huertas eran manchas parduzcas y movedizas.
Loa hombres, las mujeres y los muchachos salieron a combatir la terrible plaga batiendo latas y agitando bolsas. Gritaba la gente para ahuyentarlas, pero todo esfuerzo resultaba inútil. Las langostas segaban las legumbre, las flores, los tablones de gramilla. Las mujeres lloraban y rabiosamente agitaban trapos.
  - ¡Raquel, tu planta! -gritó un niño.
Raquel, en medio de la huerta arrojó la bolsa y se precipitó hacia donde estaba el muchacho que le anunció el peligro. Las langostas cubrían su magnífico rosal, su planta amada.
  - ¡Una bolsa, pronto una bolsa! -pidió Raquel. Nadie la oyó. En el apuro no atinó a correr a la casa, que distaba unos pocos pasos de allí, a tomar un paño cualquiera para proteger la planta invadida. Rápidamente arrancóse la bata y empezó a espantar con ella las langostas.Tenía la camisa pegada a la espalda, sus pechos temblaban y chorreaban sudor. Envolvió el rosal con la bata y, con la trenza rubia, gruesa y blanda, se limpió la cara.
  - ¡Raquel, ven a ayudarnos!
La muchacha se incorporó dificultosamente y volvió a la huerta.
El fantástico y agotador combate duró horas entre gritos y tamboreos.
Las huertas quedaron peladas, desnudas, y las langostas siguieron devorándose los trigales.
Cuando el sol desaparecía en el horizonte, la atmósfera se hizo un poco más liviana.
Regresamos tristes y huraños. El matarife mascullaba maldiciones.
Y cuando don Gabino volvió con el ganado, sólo se oía en la colonia el llanto entrecortado de las mujeres y el ladrido de los perros.


                                                                      * * *                                         oscarpascaner.blogspot.com




































   


























                                               
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