sábado, 14 de julio de 2012

LEONCITO

LEONCITO                                                                                          por Oscar Pascaner
     Mi abuelo paterno, Benjamín Gregorio Pascaner fue maestro en la escuela primaria de la Colonia Lucienville XI, una de las muchas fundadas en Entre Ríos por la Jewish Colonization Association, la empresa colonizadora del barón Mauricio de Hirsch.  
En el año 1905 mi abuelo se desvinculó de esa Empresa Colonizadora para abrir su escuela particular en el pueblo entrerriano de Mansilla, con la autorización del señor Comisionado Seccional de la Enseñanza, don Agripinio Figuerero.  
En marzo de 1910 Benjamín Gregorio tenía 34 años de edad, su esposa Fanny 33, y sus hijos: Leonardo (Leoncito) 9 años, Juanita 4 y Aída 2. Aguardaban el nacimiento de otro niño. Mi abuela entró en el último tramo de su embarazo. Mediante carta,  su esposo (mi abuelo paterno), solicitó la presencia a sus padres, agricultores en la Colonia Espíndola ubicada en un paraje del departamento Villaguay. 
Viajaron desde esa aldea hasta la Estación Clara para tomar el tren, que después de
hacer dos trasbordos, llegó a la Estación Mansilla cinco horas después. 
Al descender no vieron a su hijo entre quienes se hallaban en la estación. 
El Jefe supuso que serían los padres del maestro Pascaner, se acercó y les dijo:  
  - Su hijo vino a esperarlos, se encontraba conversando conmigo cuando se sintió algo descompuesto y lo llevaron a la botica. -les dijo indicándoles donde quedaba. 
En el almacén y botica preguntaron por su hijo, el maestro Pascaner. 
  - Siento decirles que falleció. 
Acongojados y desconcertados por la muerte repentina de su hijo de 34 años, se dirigieron a la vivienda para darle la trágica noticia a la esposa. 
Fanny se desmayó y sufrió reiterados soponcios que pusieron en riesgo su vida. 
El pueblo de Mansilla no tenía médico; el más cercano se encontraba en Gualeguay. 
Los soponcios sufridos por Fanny, mi abuela, hicieron que el bebé, que nació quince días después, padezca de serios problemas cardiorrespiratorios. 
La sufrida madre viajó a la Capital Federal a casa de su hermana María, con sus dos hijitas y el recién nacido para hacerlo atender en el Hospital de Niños.
Con hondo dolor aceptó que sus suegros se hagan cargo de Leoncito, su hijo mayor.
Sumidos en el dolor sus abuelos regresaron con el niño a la Colonia en la que vivían y tenían su parcela de tierra.     
La escuelita de esa colonia sólo tenía 1° y 2° grado, y Leoncito ya había comenzado a cursar tercer grado en la escuela de su padre. 
Su abuelo, decidido a que el niño continúe sus estudios, expuso esa situación ante el propietario del almacén en el que realizaba sus compras en el pueblo llamado Clara, donde la escuela tenía hasta tercer grado, que para ese entonces (mayo de 1910) era el nivel completo de la instrucción primaria. Después de una negativa, la insistencia de mi bisabuelo, el propietario del comercio y su esposa, le dijeron:  
  - Alojaremos al niño y seremos sus tutores a cambio de que trabaje en el almacén.
El abuelo inscribió al niño en la escuelita de la localidad de Clara. Fue atendido por el señor Moisés Ulfhon, quien sería su maestro.
El maestro, compadeció del niño en el que su rostro trasuntaba su sufrimiento, hacía todo lo posible por brindarle contención y afecto, permitiéndole quedarse junto a él durante los recreos. Respondiendo a sus preguntas, le dijo:   
 - No, no puedo dormir. Acostado en el mostrador del almacén que me sirve de lecho, me paso las noches llorando la muerte de mi padre y la ausencia de mi madre y mis hermanitas. Mis tutores sólo me hablan para darme órdenes, hacé esto y aquello, traé tal cosa del depósito. No esperes que te lo diga, andá reponiendo lo que falta en los estantes. No te distraigas. Tu trabajo no compensa el plato de comida que te damos. 
Un día, su buen maestro le entregó un pequeño arbolito plantado en un tarro, y le dijo: 
- Por ser un buen niño te confiaré el cuidado de este brachichito. Ahora tendrás dos vidas a cuidar, la tuya y la de este arbolito. Prométeme que te cuidarás y cuidarás a este arbolito. 
  - Se lo prometo maestro, pero usted debe hablar con la señora del almacén para que me permita tenerlo en el patio.
  - Yo hablaré con ella y con su esposo.
A partir de ese día el niño se mostró más dispuesto para el estudio y el cuidado del "arbolito del maestro".

Al concluir el ciclo de enseñanza elemental, el señor Ulfhon le hizo prometer que mantendría el contacto con él. 
Así lo hizo. Su buen maestro lo aconsejaba y le prestaba algún libro para ampliar los conocimientos adquiridos en el tercer grado. 
Cierto día que lo halló con un libro abierto le dijo: 
 - Maestro, usted ya sabe todo lo que hay que saber ¡por qué sigue estudiando?
 - Te equivocas, yo no sé todo lo que hay que saber, a nadie le alcanza su vida para aprender todo lo que quisiera. Los libros son los mejores amigos y te alejan de las malas compañías. Debes saber elegir a quien deseas como amigo, debe ser alguien bueno como tú. La vida te enseñará a emular los buenos hábitos y costumbres. 

(Esa etapa de la infancia de mi padre me la narró el señor Moisés Ulfhon, que ya retirado de la docencia, se instaló en Domínguez con un local de útiles escolares).  

Leoncito contaba 12 años cuando su tío Mauricio Pascaner, que trabajaba como recibidor de granos, al llegar a Estación Clara para verificar las semillas de trigo que compraría la firma para la que trabajaba, se enteró que necesitaban un mensajero.

Habló con el Jefe, el señor Sobrero, pidiéndole que tome a su sobrino Leonardo para cubrir ese puesto. 
Leonardo Pascaner (al que su madre llamaba Leoncito) ingresó a trabajar de mensajero en Estación Clara del Ferrocarril Entre Ríos. Su trabajo consistía en llevar a domicilio los telegramas que se recibían y algunas otras tareas de menor importancia. 
En ese entonces las Estaciones de Ferrocarril prestaban el servicio de telegramas, las Estafetas Postales se limitaban a despachar y recibir correspondencia. 
Ese niño que con el tiempo sería mi padre, aprendió el código Morse y a manipular el telégrafo, además de las otras tareas que hacían los empleados ferroviarios.  
Los domingos, día de su descanso semanal visitaba a su buen maestro que inculcó en él, el hábito por la lectura. Cuando una de sus tías se casó con un colono de la Colonia Spangemberg, a tres kilómetros de Clara, solía visitarla algún domingo.  (Muchos años después recordaba los riquísimos arrollados de fina masa, rellenos con dulce puré de calabazas cocidos en el horno de barro, que hacía esa tía). 
Con los cuatro pasajes gratuitos al año, que le otorgaba el Ferrocarril, viajaba a Buenos Aires para visitar a su madre y sus hermanitas que se quedaron a vivir en la casa de su tía María, la hermana de su madre.  
El hermanito que había nacido con problemitas de salud falleció a sus cinco años. 
Cuando el Ferrocarril lo nombró relevante, para cubrir en distintas estaciones el cargo de algún empleado con licencia por enfermedad o vacaciones, le llevó el brachichito a su maestro.
  - No, querido muchacho, es tuyo. Fue mi recurso para asignarte una obligación que te ayudara a soportar la pérdida de tu padre. Me alegra ver cuánto crecieron tú y él. Ahora tengo la convicción de que se cumplirá mi sueño, ver que ambos son dos lindos ejemplares de vida, llévalo contigo donde tengas que ir. Recuerda cambiar su maceta a medida que crezca, y que sus nutrientes estarán en la buena tierra que le aportarás y tus nutrientes en los buenos libros. Cuando encuentres "tu lugar" en este país, trasplántalo al suelo para que al verlo, te acuerdes de este maestro que mucho te quiere.
  - Gracias maestro -le dijo estrechándolo en un apretado abrazo de gratitud.

Al enrolarse Leonardo Pascaner solicitó que le agreguen Gregorio como segundo nombre; así se llamaba su padre. Conforme a ese pedido, su libreta de enrolamiento se extendió con el nombre de Leonardo Gregorio Pascaner.  

Leonardo Gregorio Pascaner cumplió la función de relevante hasta los 24 años, en los que fue de una estación a otra llevando siempre consigo el brachichito que le regaló su maestro y, muchas veces pensó cuánto lo ayudó ese arbolito en su vida lejos de su madre y hermanas y el sagrado recuerdo de su padre fallecido tan joven. Al regar el brachichito, o cambiar su maceta por otra más grande, evocaba a su buen maestro y sus palabras “Deseo que tú y este arbolito se conviertan en espléndidos ejemplares de vida”. Su padre y su maestro fueron sus referentes en su vida.
A los 24 años se postuló para el cargo de Jefe de Estación Domínguez, y se lo dieron. En la Colonia San Gregorio, la más cercana a la Estación Domínguez, tenía su campo un hermano de su madre            

Convencido que ese "era su lugar en el mundo", trasplantó el brachichito al patio de la vivienda adosada a la estación, asignada al Jefe de Estación.            

                                                                                * * *                        oscarpascaner.blogspot.com      

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