sábado, 14 de julio de 2012

EL CHACARERO INMIGRANTE Y SU MENSUAL

                                                                                                                                  
 El CHACARERO INMIGRANTE Y SU MENSUAL
                                                                                                                     por Isaías Leo Kremer            
                                                                                                                          en la compilación de Ricardo Feierstein 
                                                                                                                         “Los mejores relatos con gauchos judíos”.
                                                                                                                               
“Estoy viendo a ambos sentados bajo el añoso ombú en tarde serena y calurosa de verano: Benito, corto y retacón, de piel oscura y pelo renegrido, viste bombachas anchas y alpargatas color tiempo, cebándose mate en la calabacita; Baruj, alto, de tez clara, curtida, sentado a horcajadas en una baja silla de mimbre, sostiene su vaso de té, con guarda griega, apoyado en un platito. Cada tanto yo les llevo agua caliente y trato de escuchar las palabras de uno y otro. No son muchas; mucho más son los silencios. Don Benito arrastra años de sumisión, sólo una raza resignada como la que le dejó la impronta de su madre mapuche, puede mostrar en su rostro arrugado y bueno, la nobleza y dignidad que ningún dinero puede comprar. Don Baruj también arrastra pesares, son pesares propios de su antigua raza perseguida, pero orgullosa y tenaz. Basta con verlo caminar, erguido y elegante, parece un conde ruso recorriendo la campiña y no un modesto chacarero.
¿Qué podían tener en común el indio Benito y el judío Baruj?
Más allá de lo que Baruj trataba de explicarle al indio: que ambos nombres provienen de “bendito”, aparentemente nada. Sin embargo, una extraña alquimia une a estos seres humanos. Estos dos personajes tenían algo así como un pacto tácito de hermandad y respeto. Quizás se sentían más atados por el hecho de deberse la vida mutuamente.
Relataré como fue:  Hacía días que había caído un ternero al pozo de agua. 
Baruj decidió bajar para sacarlo mientras don Benito, desde arriba, sostenía la soga con el balde con las herramientas. El aire viciado por el olor de la osamenta hizo que Baruj se desmayara y se bamboleara en la hamaca en la que iba sentado, con el riesgo de caer en la profundidad del jagüel. Al ver eso don Benito, velozmente se ató a su cuerpo morrudo la soga que sostenía la hamaca. Tirándose hacia adelante, cinchando como un toro, con sus brazos extendidos arañaba el suelo haciendo gran esfuerzo para sacar a su amigo. La polea rechinaba, la cuerda se tensaba porque Baruj pesaba sus buenos kilos. Los dientes apretados y los gotones de sudor de Benito, no fueron en vano. Salvó a Baruj de una muerte segura.
Años después, en plena cosecha, Baruj de maquinista y Benito atendía la plataforma triguera cuando se presentó un desperfecto en la máquina. Benito se tiró debajo para repararla. Inesperadamente, el pesado armazón de hierro se desprendió cayendo sobre su pecho. No había tiempo para ir en busca de auxilio. Don Baruj prendió sus manos a la plataforma, aspiró profundo…, miró al cielo invocando quién sabe qué fuerzas divinas y, pegando un grito, que más que grito fue con un alarido clamoroso, que logró levantar la plataforma triguera, mientras yo, a la sazón era sólo un niño, ayudé a Benito a salir antes que la pesada estructura volviera a caer ruidosamente.
La unión de ambos iba más allá del hecho de deberse la vida el uno al otro. Era como si un invisible cordón de plata los uniera por encima de las palabras y los silencios. Hasta sus caballos acompasaban el tranco cuando salían al campo. Ninguno era hablador, pero ambos eran profundos. En los corrales, competían en destreza para enlazar, domar y pialar. ¿Será porque las vivencias de los hombres no son distintas aunque profesen distintas religiones o no pertenezcan al mismo grupo cultural. 
Los dos habían amado y sufrido mucho en la vida, pero encontraron la paz.
Baruj dejó a Benito como encargado de la chacra.
La Inspección de Sanidad Animal dechtectó sarna en algunas ovejas. Clausuraron el campo. Don Benito se consideró culpable de la situación y que le había fallado a su amigo. Tuvo tanta vergüenza que se escondió en el monte. Baruj salió a buscarlo. Pasaban los días y no lograba dar con él. Por fin lo encontró. Hacía días que Don Benito no comía ni bebía. No se había marchado al monte por temor a la reprimenda de Baruj porque no habría reprimenda alguna. Lo hizo porque sentía que había defraudado al amigo que depositó en él su confianza.  
Fui testigo del regreso de ambos.
El caballo de Baruj traía encabestrado al de Benito. En silencio, como siempre. 
Baruj le preparó el mate. Solícitamente cortó pan y tasajo, le insistió, cual si fuera su hermano o su hijo, para que se alimente y tome mate.
Ya no está ninguno de ellos. Yo los recuerdo y les agradezco por haberme dado un ejemplo de hermandad entre los hombres. Ese ejemplo condicionó muchos actos de mi vida. Deben estar en el cielo debajo de una nube, convidando a la gente para que comparta su mate o su té… y sus profundos silencios.

                                                                * * *                                   oscarpascaner.blogspot.com

Este conmovedor relato me trae el recuerdo de la buena relación que mantuvieron los inmigrantes chacareros con sus mensuales porque supe de varios episodios de fidelidad de los gauchos entrerrianos hacia sus empleadores y de generosa actitudes de éstos para con sus mensuales y de las amistades de los hijos de ambos y de hijos
de unos casados con hijas del otro. 
Icho Liberman se casó con una de las hijas de su mensual y vive en Domínguez. 

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