martes, 27 de marzo de 2012

UNA HUMILDE CASITA DE BARRO

UNA HUMILDE CASITA DE BARRO                                     
                                                                                              Recreación de vivencias de mis ascendientes
                                                                                                               basado en relatos de familiares. 


La familia Pascaner se desilusionó al ver que las casitas de la Colonia Espíndola, a la que habían sido destinados por la Empresa Colonizadora del barón de Hirsch, eran ranchos con paredes de barro, techos de paja y como piso, suelo con pasto y yuyos.
- ¡¿Dos cuartos para diez personas?! -exclamó la esposa de Pascaner. 
- Es más que una carpa. -dijo su esposo- Servirá para resguardarnos de los fríos y las lluvias invernales. 
- El invierno comenzó el 21 de junio-afirmó Benjamín Gregorio- No hace tanto frío porque en Argentina, según nos dijeron en el Comité de Emigración, el clima es muy placentero todo el año; inviernos no muy fríos, y veranos no demasiado cálidos. 
- ¡A esos no los quiero! ¡Querían llevarte lejos de nosotros! -objetó su madre.
- Querida Lía -intervino su esposo- esa situación nos posibilitó negociar el servicio de intérprete de nuestro hijo a cambio de ser unos más de los que en un país lejano labrarán una parcela de tierra, que algún día será de su propiedad. -dijo su esposo.
- ¿Cómo fue que llegaron a ese entendimiento? 
- Nuestro hijo Benjamín, por buen estudiante en la Academia de Lenguas y Dialectos, recibió la propuesta de funcionarios del Comité de Emigración de Kischinev, de viajar con un grupo de emigrantes de países de Europa del Este para servir de intérprete
Benjamín les pidió que hablaran con sus padres, tú no quisiste participar de la charla con esos hombres. Nos explicaron, a Benjamín y a mí, el proyecto colonizador por el que se les entregaría una parcela de tierra y herramientas de labranza a cada jefe de familia para sacarlos de los países de Europa del Este, donde sus leyes restrictivas contra las minorías étnicas, les imposibilita trabajar para ganar el sustento familiar. 
Un rico barón, llamado Mauricio de Hirsch, ha donado una importante cantidad de dinero para llevar adelante un proyecto humanitario tendiente a devolverles la dignidad a esos que viven denigrados por las "Vremeya Právika" (Normas temporales). Con ese fin  ha comprado gran cantidad de tierras aptas para cultivar en un país llamado Argentina, donde se vive en paz y no discriminan a las etnias minoritarias.  
Fue tan creíble su exposición que me ilusioné con la idea de ser parte del grupo que iría a labrar la parcela de tierra que pagaría con el producto de su trabajo. 
Me bastó mirar a Benjamín para saber que sentíamos lo mismo. Por eso les dije:  
 - Nuestro hijo irá como intérprete con ese grupo a cambio de que nuestra familia reciba una parcela de tierra y los beneficios que recibirán esos emigrantes. 
Los señores llevaron nuestra propuesta al Comité de Colonización de Kischinev. 
Días después fuimos citados por dicho Comité y se nos dijo que nuestra familia sería colonizada en la Argentina conforme a lo establecido en el plan de colonización. 
Me pidieron los nombres y edades de cada cada integrante de nuestra familia para tramitar los pasaportes. Se sorprendieron cuando comprobaron que éramos diez. 
Ahora ¿entendés por qué debemos resignarnos a vivir apretados hasta que logremos tener algún dinero para ampliar y mejorar esta casita? 
- Sí, lo entiendo. ¡Pero es tan chica que no sé cómo nos arreglaremos!
- Madre... ¡Qué importa vivir incómodos en este país de leyes generosas! -apuntó su hijo Benjamín Gregorio-. Tanto, que su Presidente, Julio Argentino Roca, en 1881, al enterarse de los progroms contra familias judías, que causaron tantos muertos y heridos, robos de sus pertenencias, ultrajes e incendios de sus viviendas, en varias ciudades de Rusia, no sólo expresó telegráficamente su solidaridad con esa etnia minoritaria, "los invitó por decreto", a establecerse en la Argentina, asegurándoles que gozarán de todos los derechos que tienen sus ciudadanos.
- ¡Qué gesto tan noble!
- ¿Ves querida Lía por qué es preferible este ranchito en Argentina y no un palacio en algún país de Europa del Este? Aquí viviremos en paz, gozaremos de libertad para trabajar y nuestros hijos podrán estudiar, porque aquí la enseñanza es gratuita. 
Esto y muchas otras cosas agradables nos dijeron los del Comité de Emigración...

Pascaner calló al ver que un hombre montado a caballo, que precedía a una carreta entoldada, enfilaba hacia ellos. 
El hombre los saludó y les anunció:La Empresa Colonizadora les envía unas cosas.

Los dos hombres de la carreta procedieron a descargar varios bultos. 
Comenzaron por una jaula con seis gallinas y un gallo; siguieron con una bolsa con maíz quebrado, diez arbolitos frutales y otros tantos de sombra, una mesa, sillas, catres, artículos de almacén y limpieza, utensilios de cocina, una escoba, una pala ancha y otra de puntear, una azada, un rastrillo, un hacha, dos lámparas, un farol a kerosén, una lata con 20 litros de este combustible, una caja con semillas de huerta, un rollo de alambre liso y otro de alambre tejido, tirantes, postes, chapas acanaladas, una caja de carpintero, un serrucho, un martillo, una tenaza, clavos de distintos tamaños.

Pascaner firmó la copia de la larga lista de los artículos que integraron ess envío. 
El guía y los hombres de la carreta los saludaron deseándoles una buena vida.

Pascaner y sus dos hijos varones usaron las palas, la azada y el rastrillo para nivelar el camino de acceso y el suelo del rancho dejándolo de tierra alisada. 
Entre todos ayudaron a ubicar los escasos muebles, baúles y demás enseres. 

  - Papá, ¿puedes venir? -la voz de Ana le llegó a su padre desde el patio delantero; cuando llegó allí, seguido por Benjamín, vio al hombre con una vaca y su ternerito.  El hombre que vestía bombachas gauchas, camisa, pañuelo al cuello, sombrero y calzaba botas con sus cañas acordeonadas. 
 - ¡Güenas y santas! -exclamó- Soy el boyero de esta colonia. -silabeó lento, se llevó una mano a su pecho - Yo Cosmé García ¿y usted? 
 - Mi padre se llama Yisa Pascaner, -respondió Benjamín Gregorio en buen castellano y agregó: - Yo soy el mayor de sus dos hijos varones, ellas son mis hermanas, son cuatro, ésta es mi madre, aquellos mi abuelo y su hermana. Yo, Benjamín Gregorio, la que está acariciando el ternerito es Anita, una de mis hermanas.  
 - Me alegra que hable en criollo. Les traigo esta vaca con cría. ¿Saben ordeñar? 
 - Sí señor, sabemos ordeñar y hacer huerta, pero no arar ni sembrar trigo. 
 - Yo, Cosme García, el boyero de esta colonia, estoy pa´ ayudarlos en lo que sea. Esta vaca es mansa y güena lechera. Tendrán leche pa´ tomar y pa´ hacer quesos. 
Si no saben cómo hacerlos yo les enseño eso y también a arar, a sembrar y todo lo demás. Cuenten conmigo pa´ lo que sea. Con su permiso me me voy a retirar porque me quedan varias vacas con cría pa´ llevar a los demás colonos. Dispués les viá trair agua pa´ regar los arbolitos que están plantando. Aquí, en el potrero está la bomba. Ahí está mi rancho, si necesitan algo, me pegan un chiflido. ¡Ojalá se acomoden en este rancho, es chico pa´ tantos!
Al estrechar la mano de cada uno, tocó el ala del sombrero con su mano izquierda
  
Mauricio, el menor de los hijos, se ofreció a atar la vaca al tronco de un espinillo de las proximidades. Y tomó la soga sujeta a las guampas de la vaca. En cuando lo hizo 
el ternero se puso a mamar frenéticamente moviendo incesantemente su cola. 

Pascaner y su hijo mayor, ensimismados en su tarea de  cavar hoyos para plantar los arbolitos que les mandó la Empresa Colonizadora, no advirtieron a los dos señores que los observaban desde cierta distancia. Al hacer una pausa, Pascaner los vio. 
  - Señor Pascaner, venimos a darle posesión de su parcela de tierra; es la número 32. -dijo uno de ellos- Son cincuenta hectáreas, quinientos metros de frente por mil de fondo. El número está grabado a fuego en los cuatro mojones de quebracho que la señalizan. Su parcelas, por ser número par, está sobre el lado sur del camino de acceso a esta colonia, las impares están del lado norte. Le dejaremos un carro de cuatro ruedas, un aradito de mano, bolsas con semilla de trigo y otros elementos.  
El boyero le entregará dos bueyes cuando se decidan a abrir el primer surco, él se ofrecerá a darles una mano en esa tarea. Ya es época propicia para comenzar con la labranza, aquí se siembra en agosto. No les será fácil clavar la reja en este suelo nunca labrado; persista y logrará; en cuanto haga el primer surco, los siguientes le requerirán menor esfuerzo. La labranza de la tierra ennoblece a los hombres. 
  
Pascaner firmó el acta de toma de posesión de su parcela y el comprobante de haber recibido el carro, el aradito, las semillas y demás útiles.  Recibió una copia del mismo y, después de desearles éxito como agricultor, los visitantes se retiraron. 
No habían caminado dos metros cuando se detuvieron y, dándose vuelta expr esaron su beneplácito por verlo a él y a su hijo, trabajar con empeño. 
- Con gente así será exitoso el proyecto del barón. -dijo uno de ellos.
- Ojalá todos tengan la voluntad de este hombre y su hijo.
- ¡Ojalá!                          
- ¡Qué generoso es el barón de Hirsch! -exclamó la hija mayor.
Mauricio de Hirsch es un filántropo que destina parte de su fortuna para darnos la oportunidad de mostrarle al mundo que se puede eliminar la pobreza si les da a cada hombre las herramientas y los elementos necesarios para trabajar en un oficio en el que ganará con dignidad el sustento familiar.  Ya quedó demostrado en diversos países de Europa que las dádivas crearon mayor cantidad de ociosos y pedigüeños. 
Fomentar la cultura del trabajo dándoles materiales y herramientas para comenzar es la clave para la desocupación. Desde la antigüedad es conocido el concepto de que en vez de regalar pescados, es más positivo darles cañas con hilos y anzuelos para cada uno procure por sí mismo conseguir su comida
A la caída del sol Pascaner le dijo al menor de sus hijos, que lleve el ternero al corral de las aves para que no se tome toda la leche, así queda algo para nosotros. 
Dieron por finalizadas las tareas de ese día; se lavaron con el agua del balde y fueron al encuentro del resto de la familia.
Quedaron sorprendidos al ver todo ordenado.   
En la mesa estaba dispuesta la vajilla para la merienda y todo lucía prolijo gracias al trabajo de su esposa Lía y de sus hijas Sima, Sara y Anita.   
 - ¡Las felicito! -dijo Pascaner mirando con ternura a su esposa e hijas- Han hecho una excelente tarea. Ojalá que la primera cosecha alcance par hacer otra habitación.
  - ¡Y ojalá que aquí encontremos la paz y la libertad que tanto ansiamos.
 
           Así interpretó mi nieto Nicolás San Martín, la situación descripta.

                                                                                  * * *                            oscarpascaner.blogspot.com 

        Vivencias personales y otros relatos:  loscuentosdeoscarpascaner.blogspot.com.ar                                       

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