miércoles, 19 de septiembre de 2012

LA HUERTA PERDIDA

LA HUERTA PERDIDA                                                            Un relato de Alberto Gerchunoff                                                                                                                   de su obra "Los Guachos Judíos"

                                                                                             

Era un día caluroso y límpido. A ambos lados de la aldea, en las eras inmensas, los verdes sembradíos se ondulaban levemente por un viento suave.

En el vasto potrero, al final de las dos hileras de viviendas, los muchachos apartaban el ganado para conducirlo a pastorear...
Convinimos en ir a la Estación Domínguez esa tarde. 
   - ¿Me traerás las cartas?
   - A mí traeme el arroz que compré el domingo.
Regresábamos en grupo. El cielo, bien azul, parecía más bajo. Detrás de las casas blancas y limpias unas, y otras con paredes de barro y techos de paja, florecían las huertas al sol. 
Pocos árboles grandes había en la colonia, sólo frente a nuestra casa, un paraíso agrandaba su copa con una mancha de sobra sobre el camino.
Al llegar, advertimos, lejos, muy lejos, en el horizonte encendido, una nube gris.
  - Parece que lloverá.
  - Parece -dijo el peoncito.
Cerca del mediodía la nube aumentó de tamaño; se extendía, se ensanchaba.
  - Pregúntenle a don Gabino -aconsejó el alcalde.
Pero don Gabino, el boyero de la colonia, se hallaba con el ganado en un campo distante. El viejo criollo, según contaba, fue soldado de Crispín Velázquez, era como el astrónomo del lugar y sus predicciones no fallaban.

La hora del almuerzo hizo dispersar a los vecinos. Cada uno se retiró algo inquieto.
Y la nube seguía creciendo en el azul tranquilo del horizonte; se dilataba y parecía descender. Acostumbrados al mal tiempo, aquella nube sin vientos y sin truenos, preocupaba a la gente. Apoyados en el alambrado, los chacareros observaban el fenómeno sin poder explicarlo. Ya nadie pensaba en ir a la estación. 

Todos mirábamos aquella nube enorme que invadía el cielo. Se acercaba con lentitud y una hora más tarde cayó sobre nosotros el vuelo pesado de la langosta.
  - ¡La plaga! -gritó el matarife.
  - ¡Las huertas,las huertas! - se acordaron todos; y comenzó la defensa.
El sol quedó oscurecido por la invasión espantosa, y el paraíso, los postes de los corrales y del potrero se cubrió de langostas, cuyo olor llenó la anchurosa campiña. Y las huertas eran manchas parduzcas y movedizas.
Loa hombres, las mujeres y los muchachos salieron a combatir la terrible plaga batiendo latas y agitando bolsas. Gritaba la gente para ahuyentarlas, pero todo esfuerzo resultaba inútil. Las langostas segaban las legumbre, las flores, los tablones de gramilla. Las mujeres lloraban y rabiosamente agitaban trapos.
  - ¡Raquel, tu planta! -gritó un niño.
Raquel, en medio de la huerta arrojó la bolsa y se precipitó hacia donde estaba el muchacho que le anunció el peligro. Las langostas cubrían su magnífico rosal, su planta amada.
  - ¡Una bolsa, pronto una bolsa! -pidió Raquel. Nadie la oyó. En el apuro no atinó a correr a la casa, que distaba unos pocos pasos de allí, a tomar un paño cualquiera para proteger la planta invadida. Rápidamente arrancóse la bata y empezó a espantar con ella las langostas.Tenía la camisa pegada a la espalda, sus pechos temblaban y chorreaban sudor. Envolvió el rosal con la bata y, con la trenza rubia, gruesa y blanda, se limpió la cara.
  - ¡Raquel, ven a ayudarnos!
La muchacha se incorporó dificultosamente y volvió a la huerta.
El fantástico y agotador combate duró horas entre gritos y tamboreos.
Las huertas quedaron peladas, desnudas, y las langostas siguieron devorándose los trigales.
Cuando el sol desaparecía en el horizonte, la atmósfera se hizo un poco más liviana.
Regresamos tristes y huraños. El matarife mascullaba maldiciones.
Y cuando don Gabino volvió con el ganado, sólo se oía en la colonia el llanto entrecortado de las mujeres y el ladrido de los perros.


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viernes, 14 de septiembre de 2012

PRÓLOGO DE "LOS GAUCHOS JUDÍOS"

PRÓLOGO DE LA OBRA "LOS GAUCHOS JUDÍOS"

El brillante escritor y crítico literario entrerriano Martiniano Leguizamón prologó la primera edición de la obra de Alberto Gerchunoff titulada "Los Gauchos Judíos" que se dio a conocer en los días previos al Centenario de la Revolución de Mayo. Martiniano Leguizamón lo hizo con las siguientes palabras:

"Me sorprendió la llegada de este libro en hora propicia. Regresaba del campo después de haber respirado a pulmón pleno el aire tranquilo de las tardes, saturado de pampa y con la imagen en la retina de esas admirables puestas de sol que tiñen con colores de fuego la verde curva de las lomas, cuando vino a reavivar mis férvidos cariños natales, la lectura de sus páginas frescas, henchidas de aroma y sabor argentino. Decir que las he leído con verdadero deleite, conociendo mi inalterada simpatía hacia las obras que hunden su raigambre en el sentimiento de las clases nuestras, es casi una redundancia. Su lectura ha renovado, pues, el recuerdo de los paisajes y aromas de una región que vive entre mis mejores recuerdos de la infancia. Son flores de mi tierra que viene a brindarme un artista que no abrió sus ojos a la luz de aquel cielo amigo, pero a quien le ha bastado vivir algunos años en contacto con su suelo y los habitantes primitivos para saturarse de emoción y de imperecederas imagines, para ofrecernos, en sabrosos y coloridos bocetos, una página de la vida una página de la vida íntima de las colonias judías, que fueron a trazar los primetos surcos en el linde del Montiel, la selva hirsuta y huraña como el alma de sus moradores de antaño que la hicieron famosa con leyendas de bravura y fiereza selvática. Y a pesar de la brevedad de los relatos y de la pintura del paisaje de los tipos comarcanos, hechas sin embargo, con firme y sobrio trazo, cuánta verdad y cuánto colorido encuéntrase esparcido a través de sus páginas, distintas al parecer, pero unidas íntimamente por un alto sentimiento de gratitud y amor hacia la tierra generosa que entrega al colono sus frutos de oro; y que constituyen en su conjunto la historia de la modesta colonia Rajil, etapa por etapa, con el clásico viejo judío de anchas barbas y nariz aguileña, sus mujeres tristes, de rostros surcados por hondas arrugas de sufrimiento, al lado de las cuales surgen a la luz radiante del sol que les dora la faz, las garbosas muchachas hebreas, morenas de ojos rasgados, misteriosos o profundos, o las rubias que tienen en la dulce mirada "el azul que tiembla en las pupilas de la Virgen", con las trenzas pesadas y densas y el cuerpo escultural que modela el pampero bajo los toscos vestidos de percal. Ellas representan además, un  papel importante en el libro,  porque son el crisol delamor que está modelando el tipo nuevo, varonil y hermoso del gaucho judío. En vano los viejo rabinos seguirán mesándose las largas barbas al repetir en sus oraciones la lamentaciones seculares de la raza; sus hijos ya entran con desgano en la sinagoga, abandonan los hábitos tradicionales adoptando los trajes y usos de la comarca y adquieren, como lenta infiltración al medio ambiente, con los instintos de libertad, de esa independencia brava e inextinguible que timbra con rasgo acentuado el perfil moral de nuestro paisano.
Lo cuenta el autor: los judíos jóvenes de Rajil usan los aperos de sus cabalgaduras a la usanza criolla, saben bolear y enlazar. Así, el listo Jacobo, en más de uno de los relatos hace caracolear a su brioso petiso con las boleadoras de plomo goleándole el flanco, y el cuchillo atravesado a la cintura bajo su tirador tachonado con monedas de plata. Es el primer criollo de la colonia que ha encontrado más sabroso que el té preparado en el samovar de la lejana aldea rusa, el mate cimarrón de la rueda familiar del fogón campesino donde rabí Duglach, el poeta vagabundo, entretiene las veladas de los labradores con los relatos de la cautividad en en Babilonia, matizándolos con las hazañas de un gaucho que mataba pumas a facón en la selva del Montiel.
La evolución inevitable, cuando los ancianos judíos ya no estén, los hijos de sus hijos, argentinos, encariñados a la tierra que les entrega sus riquezas ubérrimas, libres de preocupaciones y recelos, risueños por la alegría y la paz del hogar, que les colma de dicha el corazón, entonarán en la fiesta de la nueva centutia, el cántico glorioso de la libertad argentina.
Vaya un caluroso homenaje de simpatía para las deliciosas mozas judías que he visto atravesar disputando ternuras viriles a las morochas del pago, mientras los ancianos salmodian, en el idioma arcaico, sus lentas plegarias al bandecir la tierra fecunda que llena las trojes con granos rubios como el oro; y un recuerdo también para los viejos criollos que, con sus relatos legendarios despiertan en el alma de los niños, un vago sentimiento de respeto y amor hacia los tiempos que pasaron".

Buenos Aires, abril 28 de 1910.                                             Martiniano Leguizamón     

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miércoles, 5 de septiembre de 2012

LA SELVA MONTIELERA

LA SELVA MONTIELERA                                                     En este relato tomo citas textuales de 
                                                                                                      Martiano Leguizamón y datos de Wikipedia

El río Gualeguay nace en el departamento de Federación de la Provincia de Entre Ríos, cerca del límite con Corrientes y, cual nervadura central de hoja oblonga, corre de norte a sur el territorio entrerriano hasta desembocar en el Delta del río Paraná. 
La selva de Montiel flanqueaba el río Gualeguay extendiéndose hacia el Este y Oeste hasta ocupar una superficie de 25.000 kilómetros cuadrados poblados de espinillos, talas y ñandubays. Junto a las costas del río Gualeguay había hojas filosas como navajas. Allí se asentaban malhechores que tenían cuentas pendientes con la justicia por delitos de asesinatos, robos, hurtos, abigeato, carneada de animales ajenos, etc. Las partidas policiales no se atrevían a internarse en esa selva donde reinaba el puma y las aves, al volar despavoridas, alertaban su presencia, exponiéndolos a emboscadas y a tajearse con las filosas hojas de la paja brava. 
Las colonias agrícolas fundadas por la Jewish Colonization Association en Entre Ríos estaban dentro o próximas a esa selva. 
Ahí, en esa peligrosa zona, habitada por serpientes, alimañas y delincuentes, poco más allá de la colonia San Gregorio, relativamente cercana a Domínguez, en 1925, había 1.500 hectáreas cuyo límite Oeste era el río Gualeguay, zona que nadie quería asentarse por considerar que era de mucho riesgo, tal es así que no fue dividida en parcelas; no obstante ello, mi tío Carlos, hermano menor de mi madre,
se la solicitó en arriendo a la Empresa Colonizadora. En varios relatos he ponderado
la nobleza y solidaridad de los gauchos enterrianos y no me cabe la menor duda de que mi apreciación de sus virtudes, es por lo que se animó mi tío a instalarse en esa peligrosa región porque debe haber tenido la promesa de Martín Martínez, mensual de su padre, de acompañarlo en esa peligrosa aventura en esa selvática región.  
Construyeron dos casas amplias, una de ellas para la familia del mensual, tanto en una como la otra, de ladrillos con cemento, cal, arena y techos de chapas de cinc.
No me cabe dudas que mis padres y mis tíos se visitaban con frecuencia, mis recuerdos son más nítidos desde los seis o siete años. El hijo mayor de mis tíos tenía más o menos mi edad, el otro era tres años menor,  bastante después nació Zulema quitándole a mi hermana María Juanita el privilegio de ser la única nieta de nuestro abuelo materno, los otros diez nietos conformábamos una tropa de varones. No recuerdo que mis tíos o primos hayan hecho referencias de alguna situación complicada con quienes pasaban por allí para ir hacia la costa del Gualeguay en busca de la arena arcillosa de las inmediaciones del río, apta para reemplazar el cemento en las edificaciones, de la blanca arena de sus márgenes, la leña del monte y las largas y filosas hojas de los pajonales que se usaban para techar.
De vez en cuando algún "refugiado" en esos pajonales de los montes, se acercaba a la vivienda de mis tíos, y, desde la distancia se anunciaban con alguna expresión equivalente a un saludo de amistad, al ser atendido, con respeto y la debida disculpa por la molestia, solicitaban "algo" para hacerse una comida. Nunca les ocasionaron un sobresalto. Lo que sí puedo asegurar que en reiteradas oportunidades decrecía la majada de ovejas. Me quedó grabada la imagen de un vacuno con un gran corte en el tendón de la rodilla de la pata trasera que vimos mientras íbamos en el auto por el camino que por trechos se hacía zigzagueante para dejar de lado árboles de gran porte. Mi padre nos explicó, a mi hermano y a mí, que ese corte lo hacían los que cometían el delito de carnear animales ajenos. Un hachazo con el filo del cuchillo en ese tendón de una de las patas traseras hacía que el animal se caiga y ahí lo mataban para sacarle el cuero que luego vendían y algo de carne para comer.
"Los cerrados montes de Montiel son lugares peligrosos de dilatadas y misteriosas penumbras, refugio de cuereadores de ganado ajeno que tanto trabajo dan a las autoridad con sus audaces correrías según la descripción hecha por el Comisario Tomás Rocamora, siempre tan veraz y minucioso en sus informaciones -dice don Martiniano Leguizamón en "De Cepa Criolla" (edit.Solar Hacheté).
Al respecto de la denominación de esa selva -dice Martinio Leguizamón- "En el año 1694, el rector del colegio de los jesuitas de Corrientes, le cedió a don Alonso Fernández Montiel, los derechos al ganado vacuno cimarrón que poblaban esa región. En el informe del P. Policarpo Dufo, al narrar la expedición que en el año 1715 trajeron los jesuitas para castigar a los indios infieles de Entre Ríos, al llegar al Mocoretá, hallaron a vaqueros el alcalde de Santa Fe, don Antonio Marqués Montiel, con todas las prebendas que con la espada y los arcabuces sustentaban los fueros de la autoridad que extendí sus vaquerías por la inmensa selva que iba desde Mocoretá hasta el sur, frente a San Pedro. 
El apellido Montiel, de dos personalidades del mismo apellido, un cura y un alcalde; vale decir, por la cruz y la espada, los dos símbolos de la conquista de América, se ha perpetuado en la región en la que exterminaron con el hierro y el fuego a sus primitivos moradores de aquel escenario selvático.
Ahí quedan los nombres de fray Diego, fray Feliciano, San Alejo, San Cristóbal y el cerro de la "Matanza" señalando esa "hazaña sangrienta" con la que lograron la extinción total de los charrúas y los mihuanes de la región entrerriana"  

Recurro a Wikipedia para suministrar más información de este tema: 
El Ferrocarril Primer Entrerriano fue la primera línea ferroviaria construida en la Provincia de Entre Ríos y en la Mesopotamia, República Argentina. La línea era propiedad de un grupo empresario argentino que obtuvo la concesión del gobierno provincial y fue inaugurada el 9 de julio de 1866, contando únicamente con un ramal de 9,85 km entre la ciudad de Gualeguay y el Puerto Ruiz sobre el río Gualeguay. Fue la primera línea en utilizar la trocha estándar (1,435 m) en Argentina. El Puerto Ruiz operaba como puerto del ultramar y la construcción del ferrocarril facilitó las operaciones de exportación y el traslado de productos entrerrianos a Buenos Aires.
El ingeniero Juan Coghian se hizo cargo de los trabajos en enero de 1865, construyendo la vía con material adquirido en el Reino Unido. El material rodante fue comprado en los Estados Unidos. En Gualeguay y en Puerto Ruiz fueron construidas dos pequeñas estaciones en tierras fiscales cedidas por el Estado. De Puerto Ruiz, a 10 km de la Estación ferroviaria de Gualeguay, partían barcazas
cargadas con semillas de cereales y oleaginosos, y otros productos regionales, hacia el puerto de Buenos Aires. 
Aún quedan restos de las importantes instalaciones del puerto y los depósitos. La construcción de la línea fue iniciativa de un grupo de comerciantes de Gualeguay, que el 26 de septiembre de 1864 realizó una reunión en la que se decidió su construcción. El capital inicial de la compañía fue de 100 000 pesos fuertes, que se distribuyeron entre las siguientes suscripciones: 50 000 pesos de los vecinos de Gualeguay, 15.000 pesos del gobierno nacional, 15 000 pesos del general Justo José de Urquiza, 10 000 pesos de la Banca Maua, 10 000 pesos del gobierno provincial. El Congreso Nacional autorizó al Poder Ejecutivo el 7 de octubre de 1865 mediante la ley N° 167 a suscribir las 300 acciones con las que participó. La empresa fue presidida por Jacinto González Calderón. La inauguración del Ferrocarril Primer Entrerriano, por el gobernador José María Domínguez, se dio en el marco de la Guerra del Paraguay, y se produjo el día en que se cumplía el 50º aniversario de la declaración de la independencia argentina. La locomotora a vapor Gualeguay (luego rebautizada como La Solís) realizó el viaje inaugural trasportando desde la Estación Gualeguay al gobernador y a los accionistas de la empresa. El ferrocarril operaba con un servicio diario de pasajeros y cargas, traccionado por las locomotoras estables de Gualeguay u otras del Ferrocarril Urquiza.
En 1872 y 1874 fueron incorporadas dos locomotoras de la marca alemana Krauss, las cuales fueron declaradas inservibles al momento de ser transferido el ferrocarril a la empresa británica, que solo incorporó a La Solís. Esta locomotora es conservada en Gualeguay, expuesta junto a la avenida El Primer Entrerriano, frente a la Estación Gualeguay.
En 1868 una creciente extraordinaria del río Gualeguay paralizó al ferrocarril por 7 meses, solicitando la empresa la ayuda del gobierno nacional para evitar el colapso financiero debido a sus deudas con el Banco Benítez. Una ley nacional del 21 de diciembre de 1870 autorizó al gobierno nacional a suscribir acciones del Ferrocarril Primer Entrerriano, empresa que no tenía buenos resultados económicos. El 5 de junio de 1874 la administración pasó a ser del Estado nacional y el ferrocarril dejó de funcionar debido al estado de deterioro de las vías y del material rodante. En 1881 reinició sus actividades arrendado a una empresa privada, pero con servicios escasos y costosos, que lo operó hasta 1896.
El 27 de enero de 1891 la empresa Ferrocarril Central Entrerriano, propiedad del Estado provincial, inauguró el ramal de Rosario del Tala a Gualeguay, empalmando con el Ferrocarril Primer Entrerriano. Desde el 24 de agosto de 1891 este ferrocarril fue adquirido por la compañía de capitales británicos The Entre Rios Railway Company Limited, que lo renombró Ferrocarril Entre Ríos. El 23 de septiembre de 1889 se inauguró el tramo de Gualeguaychú a Villaguay. 
Esta empresa británica compró también el Ferrocarril Primer Entrerriano en 1896. En 1902 se habilitó la línea férrea de Villaguay a Concordia y continuaba el tendido de rieles hasta Ibicuy, donde mediante ferris boats los vagones cruzarían el río Paraná para llegar a Zárate, donde continuaría por la línea del Ferrocarril Central Buenos Aires que lo unía a la estación Federico Lacroze instalada en el barrio de Chacarita de la Capital Federal. 
El 10 de octubre de 1906 inauguró el ramal desde el empalme Las Colas en las cercanías de Gualeguay, hasta Enrique Carbó.
El 15 de febrero de 1915 la empresa fusionó su administración con la empresa Ferrocarril Nordeste Argentino, también de capitales británicos, siendo ambos nacionalizados y estatizados en 1948 y fusionados con otras compañías para formar el Ferrocarril General Urquiza.
El 9 de octubre de 2010 se inauguró en Gualeguay el Museo del Ferrocarril "Primer Entrerriano" en la estación local. 
                                                                                                                     
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POETA FRUSTRADO

POETA FRUSTRADO                                                                              


Mis padres nos regalaron, a mi hermano (un año mayor) y a mí libros ilustrados a muy temprana edad para estimular el hábito de la lectura
Después nos llegaron los cuentos de Constancio Vigil y otros. Ya en la escuela primaria tuvimos acceso a su biblioteca. Mi maestra de 2do grado me sugirió leer 
La Cabaña del Tío Tom. ¡Pobres esclavos! Mis lágrimas mojaron sus páginas. 
Robinson Crusoe, La Isla del Tesoro, las obras de Emilio Salgari y Julio Verne me hicieron sentir protagonista de sus aventuras.  
Mi hermano Guillermo y yo cumplíamos años en agosto, él el día 19, yo, el 28. Para mi décimo cumpleaños y décimo primero para él, nuestros padres nos sorprendieron gratamente al obsequiarnos los veinte tomos de El Tesoro de la Juventud. 
Esa obra estaba considerada como la mejor para niños y adolescentes. Su variada temática me abrió la puerta a una diversidad de conocimientos de países exóticos, a dilucidar los ¿por qué? de la naturaleza, fábulas, cuentos para niños, fábulas y mucha, mucha poesía. 
Esa magnífica obra y la biblioteca me brindaron la posibilidad de ir conociendo a los clásicos de la literatura universal y muchos temas diversos sumamente interesantes.

Hurgando los libros de la biblioteca de mis padres dí con uno titulado: "Curiosidades literarias del idioma castello". En algún rincón de mi memoria quedó guardado un relato sobre un estudioso que dijo en voz alta:  
  - En este diccionario de la lengua castellana no está la definición de fosa nasal.
Su mujer, una pobre infeliz, de cultura muy en mengua, le dice muy feliz:
 - ¡Ese diccionario es de la lengua, búscalo en el de la nariz!
  
Otra de ellas se refería al diálogo del padre con su hijo:
  - Hijo ¿has terminado la tarea?
  - Padre, aré lo que pude…
  - No puedes decir haré lo que pude, es gramaticalmente incorrecto.
  - Es que se rompió el arado. Por eso aré lo que pude. 


Entre muchas otras curiosidades gramaticales había una frase capicúa (políndromo): 
                          EL ABAD ARROZ A LA ZORRA DÁBALE. 

                                                            *

     
         
         EL SAPITO                               Este verso de Héctor Gagliardi me "pegó fuerte".                                                                                
          El Segundo Adelantado / fue… don Pedro de Mendoza…
         lo dijo con voz gangosa / el “Sapito· abatatado…
         yo, que me había agachado / para poderle “soplar”…
         la maestra entró a gritar: / - ¡Ese niño bien sentado!


         Ya estaba arañando el cero / por no saber la lección…
         cuando su tabla de salvación / fue la entrada del portero
         que, con la maestra primero, / no sé qué habló despacito
         y se fue con el “Sapito”, / que salió más que ligero.

         Yo no sé lo que pasaba… / La maestra nos miró…
         … al rato, tosió / con algo que la ahogaba…
         en silencio se sacaba / las “mentiras” de sus dedos.
         ¡Y para colmo el recreo, / como nunca demoraba!


         Después habló suavecito, / ella que siempre gritaba,
         nos dijo que lamentaba / que a nuestro compañerito
         el Destino maldito / lo castigó con crueldad…
         ¡Había muerto la mamá / de Luis Otero, “el Sapito”!


         Como luz pensé en la mía / que siempre me reprochaba,
         que a disgustos la mataba… / de que en la calle vivía…
         ¡Yo en casa me aburría!.../ ¡No tenía con quien jugar!...
         pero… ¿podía preguntar / hasta dónde la quería!


         Aprendimos a escribir / y a copiarnos en pareja…
         Y ahora él se quedaba sin “vieja”… / ¡Cómo habría de sufrir!
         Le iba dar a elegir / la bolita que quisiera…
         aunque fuese “la lechera” / que era todo para mí!…


         Al salir, con el “pelado”, / nos fuimos de una escapada.
         Contra la puerta entornada / vi a uno de negro parado…
         ¡Me quedé amargado! / ¡Yo, al Sapito, lo quería!
         ¡Siempre juntos desde el día / que fuimos a primer grado!

          Para mi casa disparé / sin pasar por la “cortada”.
          Cuando mi vieja atareada / me iba a servir el café,
          del batón la agarré… / y aunque la hice llorar,
          con furia la entré a besar, / ¡como nunca la besé!

       
                                                              

Nuestros padres consideraban que los circos que se establecían transitoriamente en nuestro pueblo, además de la diversión nos aportaban algo cultural en sus obras de teatro, que era el espectáculo con el que terminaban cada función, no obstante lo que nos brindaban las compañías teatrales que salían en gira por el interior del país y las obras de los vocacionales habitantes del pueblo.   
Conservo maravillosos recuerdos de ellos. 
  Los circos itinerantes llevaron la cultura del teatro criollo a los pueblos y estancias de nuestro país.
Esos circos, medianos o chicos, con payasos, trapecistas, animales adiestrados, malabaristas, tiracuchillos, equilibristas, etc. finalizaban sus funciones con una representación teatral de obras emblemáticas del teatro criollo como: Juan Moreira, Hormiga Negra, El Fausto Criollo, Los Mirasoles, Un Guapo del 1900, etc.


Cuenta Arturo Jauretche, en “Pantalones cortos” que en un circo itinerante faltaba un actor para completar el elenco teatral. Los habitantes del pueblo recomendaron un personaje local con condiciones actorales.
El ensayo demostró que haría bien el papel de milico al intentar detener a aHormiga Negra.
La noticia de la contratación de ese personaje corrió de boca en boca.
La noche del debut actoral del crédito local colmó la capacidad de la carpa por el deseo de ver cómo se esempeñaba el aficionado local.
El espectáculo comenzó con los consabidos números circenses.
El público aguardaba expectante la presentación de la obra teatral.
Al levantarse el telón, el escenario representaba una pulpería en el que unos parroquianos tomaban sus copas junto al mostrador, otros jugaban a los naipes. 
El crédito local apareció con uniforme de policía portando un largo sable. Plantándose ante el matrero Hormiga Negra, le dijo con voz autoritaria:  
- Por orden del Comisario debe acompañarme a la comisaría.
Hormiga Negra dando un paso atrás enrolló su poncho en su brazo, y facón en mano, le dijo desafiante                      
- Lléveme… si puede.
        El actor local en su papel de milico sacó desenvainó el sable y avanzó hacia Hormiga Negra entablando la lucha a sable contra facón.  El público comenzó a alenta r al crédito local vitoreando su nombre. Éste, envalentonado por el estímulo de sus conocidos, desestimó el libreto que indicaba: “el milico termina apuñalado por Hormiga Negra” y entró a castigarlo duramente con sablazos a las costillas. El desgraciado actor circense que hacía el papel de Hormiga Negra, quedó tendido en el suelo malogrando la prosecución de la obra.


                                                                  * * *

EL CIRCO LLEVÓ DE PUEBLO EN PUEBLO EL TEATRO CRIOLLO 


Los circos, pequeños o medianos, después de sus números acrobáticos y malabarísticos ofrecían una obra de teatro de temática criolla.

Se cuenta que un circo, para completar el elenco contrató a un habitante de la localidad en que habían levantado su carpa.
En los ensayos de la obra Hormiga Negra en la que hacía el papel del agente de policía que intentaba detener a Hormiga Negra, demostró condiciones histriónicas.
En la noche de su actuación, al ser reconocido, el público comenzó a corear su nombre. Eso lo envaneció de tal manera que se apartó del libreto y le dio un terrible castigo con el sable, que el actor que representaba a Hormiga Negra quedó tirado en el suelo malogrando la continuidad de la obra.
  En el circo de los Podestá nació el término lunfardo “cocoliche” .
Eduardo Parise lo cuenta en un artículo publicado en Clarín.
“José Podestá, en sus memorias tituladas Medio siglo de farándula, dice que aquella definición surgió por el nombre de un trabajador calabrés integrante de su histórica y famosa compañía teatral. Ese hombre, Antonio Cuculiccio, hablaba en argentano, una cruza tan rara como el spanglish que hablan muchos latinos en los Estados Unidos.
Celestino Petray, actor del equipo de Podestá, empezó a imitarlo y creó el personaje de un italiano acriollado. Un día, frente al público, improvisó una frase que generó carcajadas. Uno de los Podestá le preguntó:
 - ¿Cómo le va amigo cocoliche, de dónde sale tan empilchado? -Petray, que montaba un caballo criollo, contestó
  - Vengue de la Petegonia con este perejiere macanuto. -Después, para reafirmar su condición de criollo, agregó- Me quiamo Francesco Cocoliche e sogo cregollo hasta lo güese de la taba e la canilla de lo caracuse.
Lejos estaba de imaginar que acababa de crear una palabra que definiría esa forma de hablar que, años más tarde sería incorporada al prestigioso Diccionario de la Real Academia definiéndola: “Jerga híbrida que hablan ciertos inmigrantes italianos mezclando su habla con el español”.
El personaje del circo de los Podestá y el cocoliche se perdieron en la niebla del tiempo. Ya casi no se usa esa jerga, salvo en alguna reposición de los sainetes que dejó Alberto Vacarezza”.

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Después, las reuniones (pseudos culturales) en una dependencia de la Biblioteca Domingo F. Sarmiento, que mi hermano y yo compartimos con otros adolescentes, que, bajo la dirección de la ilustrada doctora Clara S. de Filer y el nuevo Director de la Escuela Primara, señor Máximo Castro, influyó favorablemente en nuestro deseo de superarnos culturalmente. 
                                                                      
                                                                       * * *                         oscarpascaner.blogspot.com